Gastronomía postpandemia

GASTRONOMÍA 

Daniel Parra Céspedes 

 

 

Es increíble que hace tan poco tiempo, el mundo entero nos encontró abriendo códigos QR y lo digital se volvió condimento obligatorio, la pandemia del 2020 no sólo nos quitó la costumbre de chocar copas, también transformó la experiencia gastronómica de maneras inesperadas; algunas prácticas, otras incómodas y otras francamente cómicas. Si hay un símbolo gastronómico de la pandemia, no sólo fue el cubrebocas ni el gel antibacterial, sino el menú digital. En pocos meses, los códigos QR colonizaron mesas y barras con la promesa de reducir riesgos sanitarios, y el Wi-fi aseguraba que jugaría al escondite. 

 Los menús podían actualizarse en tiempo real, evitar la costosa reimpresión de cartas e incluir fotos y descripciones más detalladas; lo malo vino con la desconexión; el acto de hojear un menú físico tiene un encanto táctil: el diseño, la textura del papel, la tipografía, incluso las manchas de vino que cuentan historias de sobremesas anteriores, y claro, los inevitables problemas técnicos: pantallas que no cargaban, links que no llevaban a ningún lado o celulares sin pila justo antes de elegir. 

Las cocinas caseras, restaurantes que no existían físicamente para los comensales, pero sí en aplicaciones de reparto. Mientras muchos negocios luchaban por sobrevivir con aforos reducidos, otros vieron en el delivery una oportunidad para experimentar. De pronto podías recibir en tu casa un menú degustación servido con precisión milimétrica para calentar en horno casero. Algunos chefs hasta incluyeron instructivos ilustrados, playlists para acompañar la comida o pequeñas botellitas de coctelería. Cocineros, meseros, mixólogos y dueños de restaurantes encontraron formas de reinventarse: desde clases de cocina por Zoom hasta maridajes virtuales en los que la botella viajaba primero a casa del cliente. También hubo historias chuscas: entregas fallidas, pedidos que llegaron volteados con la sopa como un Jackson Pollock, y platillos que parecían haber pasado por el París Dakar.  

Lo que en principio fueron “catas virtuales de vino” con amigos cercanos, se convirtió en una tendencia que cruzó fronteras. De pronto, nos reencontramos con primos de otra ciudad, amigos de la universidad que radican en otros países o con el tío lejano que antes sólo veíamos en bodas. El pretexto era noble: aprender sobre un vino, un mezcal o un whisky, guiados muchas veces por nosotros, los sommeliers, utilizando el hasta ahora inusual Zoom, como si fuera una sala de cata global. Lo que empezaba como sesión formal de apreciación sensorial, a menudo terminaba como karaoke etílico o brindis mal sincronizados; paradójicamente, las copas compartidas a través de una pantalla fueron las que nos hicieron sentir más cerca de los demás. 

La pandemia nos enseñó que la distancia no es excusa para evitar la tertulia. Con los restaurantes cerrados y los bares en pausa, la sala de casa se convirtió en bodega improvisada, y la computadora en puerta de acceso a una red de sobremesas digitales que merecen un lugar en la historia gastronómica. 

Hoy, en 2025, muchos restaurantes han regresado a los menús impresos; consciente o inconscientemente, hubo una especie de nostalgia colectiva por el papel, los aromas de tinta y esa sensación de “estar de vuelta”. Lo físico se convirtió en un símbolo de resiliencia, una forma de recordarnos que sobrevivimos y que comer juntos, aunque sea a través de una pantalla, es un ritual social.  

 

 

Candinga IG:CandingaMx

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