Poesía para no expertos

Luis Antonio Godina Herrera 

 

 

¿Alguna vez se han preguntado sobre las similitudes entre una biblioteca y un museo en donde exhiben pinturas? ¿Qué los une, qué los diferencia? Sin duda, el pincel y los colores son al pintor, lo que la pluma y el papel son para el poeta. Cada trazo es equivalente a un verso, cada color semeja una poesía. Poesía y color son indisolubles. Si admiramos las exposiciones del museo Franz Meyer o del museo Amparo o del museo de d’Orsay o del Louvre (aprovechando que estuvimos en tiempos olímpicos) podemos sostener esta afirmación. 

La admiración de un cuadro es muy parecida a la apreciación de un poema. Se puede decir que cuadros han inspirado a poetas y poemas a los artistas que se expresan a través de la pintura de caballete. Desfilar por un museo es apreciar la historia, pero también la literatura. Al menos ese es el sentimiento de quien esto escribe. Así como un verso nos atrapa y puede incluso quitar el sueño, el ver, por ejemplo, Noche Estrellada de Vincent Van Gogh me produce el mismo sentimiento. Viene a cuento la canción de Don McLean, Starry, starry night, que en alguna parte dice: 

 

Now, I understand what you tried to say to me
And how you suffered for your sanity
And how you tried to set them free
They would not listen, they did not know how
Perhaps they’ll listen now 

 

(Y hora entiendo lo que trataste de decirme,  

Y cómo sufriste por tu cordura,  

Y cómo trataste de liberarlos.  

No quisieron escuchar, no sabían cómo  

Quizás escuchen ahora.)1  

 

Uno de los poemas en donde se conjugan poesía y pintura es The Unendig Gift, de Jorge Luis Borges; incluyo el poema completo, ya que es la intersección más plena de dos artes mayores: 

 

Un pintor nos prometió un cuadro. 

Ahora, en New England, sé que ha muerto. Sentí, como otras veces, la tristeza de comprender que  

somos como un sueño. Pensé en el hombre y en el cuadro perdidos. 

(Sólo los dioses pueden prometer, porque son inmortales.) 

Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará. 

Pensé después: si estuviera ahí, sería con el tiempo una cosa más, una cosa, una de las vanidades o hábitos de la casa; ahora es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno. 

Existe de algún modo. Vivirá y crecerá como una música y estará conmigo hasta el fin. Gracias, Jorge Larco. 

(También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal.) 

 

Octavio Paz tradujo poemas de Su Tung-p’o (1037–1101), que son una muestra de la simbiosis y de la antigüedad de la misma. En Sobre la Pintura de una Rama Florida, el poeta escribe y describe: 

 

¿Quién dice que la pintura debe parecerse a la realidad? 

El que lo dice la mira con ojos sin entendimiento. 

¿Quién dice que el poema debe tener un tema? 

El que lo dice pierde la poesía del poema. 

Pintura y poesía tienen el mismo fin: 

Frescura límpida, arte más allá del arte. 

Los gorriones de Pien Luen pían en el papel, 

Las flores de Chao Ch’ang palpitan y huelen. 

¿Pero qué son al lado de estos rollos, 

Pensamientos-líneas, manchas-espíritus? 

¡Quién hubiera pensado que un puntito rojo 

Provocaría el estallido de una primavera! 

 

No podemos pedir más, bueno sí. Recurro otra vez a López Velarde, quien, en uno de sus poemas centrales, Suave Patria, pinta, no escribe ni versifica, pinta a nuestra patria: 

 

Suave Patria: permite que te envuelva  

en la más honda música de selva  

con que me modelaste por entero  

al golpe cadencioso de las hachas,  

entre risas y gritos de muchachas  

y pájaros de oficio carpintero. 

 

Cuando tengamos la oportunidad de visitar un museo o de repasar un libro de poesía o una antología, no perdamos la oportunidad, primero, de emocionarnos, pero al mismo tiempo de gozar al ver la poesía en la pintura, y de ver la pintura en cada verso. Seremos afortunados si lo hacemos. 

                    —— 

              1 Traducción con ChatGPT. 

 

 

 

Twitter e Instagram: lgodina   

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