Poesía para no expertos

Luis Antonio Godina Herrera 

 

 

En Cámara Lúcida (1990) Roland Barthes señala: “Un día, hace mucho tiempo, di con una fotografía de Jerónimo, el último hermano de Napoleón (1852). Me dije entonces, con un asombro que después nunca he podido despejar: «Veo los ojos que han visto al Emperador»”. Ésa es la esencia de la fotografía: capturar un momento irrepetible. Repasar un álbum de fotos de la familia es en muchos sentidos eso, ver los ojos que vieron otros tiempos, otros paisajes, otro y el mismo sol. 

Roland Barthes también sostiene que la fotografía es una “emanación del referente”, un vestigio de lo real que no puede repetirse, y algo similar ocurre en la poesía: cada verso es irrepetible, cada metáfora captura lo efímero. 

La fotografía detiene el tiempo, capturando un momento que ya no existe, que se va y sólo regresa cuando al paso de los años nuestros ojos la descubren o redescubren, y ese tiempo vuelve a aparecer; se establece así  –dice Barthes- una dualidad entre lo que fue y lo que es, generando nostalgia. La fotografía hace que la nostalgia sea nuestra compañera de viaje. 

Octavio Paz en su texto Sombras de Obras, afirma que “La fotografía es un arte poético porque, al mostrarnos esto, alude o presenta a aquello. Comunicación continua entre lo explícito y lo implícito, lo ya visto y lo no visto. El dominio propio de la fotografía, como arte, no es distinto al de la poesía: lo impalpable y lo imaginario.” Asimismo, en El mono gramático, Paz explora cómo la palabra y la imagen se interceptan: “la poesía es una fotografía de lo invisible”, sugiere. También, en su ensayo Los privilegios de la vista reflexiona sobre la fotografía como un acto poético, un modo de hacer visible lo que escapa a la mirada ordinaria. En ese texto define de manera precisa la forma poética de la fotografía: 

Fotografía: escritura de la luz,
palabra muda del instante.
Nos dice que el tiempo no se detiene
y, al mismo tiempo, nos engaña
al ofrecernos un momento perpetuo. 

La poesía captura un momento y lo convierte en eterno. Regresamos a ella, y un poema del siglo de oro nos sigue hablando; Borges, Neruda o Sabines nos dejan imágenes imborrables en cada uno de los poemas. La fotografía, al congelar un momento, se asemeja a un poema breve, un haiku visual que condensa una experiencia en un solo encuadre. Un haiku de José Juan Tablada nos remite de manera definitiva a una fotografía, veamos: 

¡Del verano, roja y fría
carcajada,
rebanada
de sandía! 

Podemos ver, tocar y oler la sandía con sólo repasar este poema. Numerosos poetas han reflexionado explícitamente sobre la fotografía, ya sea como motivo de su obra o como metáfora. Wislawa Szymborska en su poema Instantánea escribe: 

Fui a visitar a una familia de sombras.
Se veían en blanco y negro,
pero tenían ojos vivos,
mirándome desde la fotografía. 

Y si la poesía captura momentos y los deja para siempre en le memoria y en la vista, el poema de Jaime Sabines Algo sobe la muerte del mayor Sabines es un ejemplo señero de esta afirmación: 

De las nueve de la noche en adelante, 

viendo televisión y conversando 

estoy esperando la muerte de mi padre. 

Desde hace tres meses, esperando. 

En el trabajo y en la borrachera, 

en la cama sin nadie y en el cuarto de niños, 

en su dolor tan lleno y derramado, 

su no dormir, su queja y su protesta, 

en el tanque de oxígeno y las muelas 

del día que amanece, buscando la esperanza. 

 

Esa imagen queda en la piel y se funde en ella. Es una fotografía trágica, pero la vida también es tragedia. Cuando tengamos a la mano una cámara, o ahora un celular, y tomemos una fotografía pensemos que en ese instante estamos haciendo eternos a quienes están en ella; cuando leamos un poema reconozcamos la voz de otros tiempos, que nos trae al presente: imágenes, amor, dolor, alegría, en fin… la vida misma. Si la fotografía captura un instante de la vida, la poesía describe y hace nuestro para siempre ese instante. 

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