Todo tiene su tiempo, ¿cuál es la prisa?
Saber profundo
Jorge A. Rodríguez y Morgado
Tu tiempo es limitado, así que no lo malgastes viviendo la vida de otro… Vive tu propia vida. Todo lo demás es secundario.
Steve Jobs
Quién no ha escuchado las siguientes sentencias en las cuales se le da un papel preponderante al tiempo: El tiempo es oro; El tiempo es el gran médico para el alma y para el cuerpo; A mal tiempo, buena cara; Con el tiempo todo se acaba; Dar tiempo al tiempo; El tiempo es buen consejero; entre otras muchísimas más.
A lo largo de la historia del hombre, el ser humano ha querido medir el tiempo porque en él transcurre su vida, los acontecimientos y los modos de pensar.
Desde hace más de 10,000 mil años, los sabios de Egipto y de Mesopotamia apreciaron un objeto que llamaba su atención por presentar gradualmente diferentes vistas: la Luna. Este objeto fue motivo para celebrar en su honor un periodo entre cada luna nueva. Es así como nace el primer ciclo en la historia de la humanidad. Este tenía 30 días (un día: tiempo que emplea la Tierra en dar una vuelta sobre sí misma, equivalente a 24 horas o ciclo entre las salidas del Sol) y con el paso de los siglos se transformó en lo que hoy se ha denominado “mes”.
En su observación descubrieron que cada siete días la Luna presentaba diferentes fases, y son las que dieron origen a lo que se conoce actualmente como “semana”.
Al ser la agricultura la principal actividad económica en esa época era necesario conocer las temporadas ideales de siembra, cosecha y almacenamiento de alimentos. Es así como llegaron a identificar las “estaciones”, y al relacionarlas con las fases de la Luna concluyeron que en un lapso entre dos primaveras ocurrían doce ciclos lunares, un “año”, naciendo también así los “meses del año”.
Etimológicamente, Tiempo proviene del latín tempus e indica “momento, instante, estado temporal”. El Diccionario de la Real Academia Española le da el siguiente significado: Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo.
En la Grecia arcaica (siglo VIII a. C.) el tiempo era concebido como Aión, significando aliento o fuerza vital, es decir, el de duración de la vida. En la Grecia clásica (siglos V y IV a. C.), el tiempo se concibe, según Aristóteles, como una medida del cambio de un fenómeno percibido por el alma.
En el medioevo (siglos V al XV d. C.) la comprensión cíclica del tiempo como unidad de medida se mantiene, en contraposición a la “eternidad” propia de la divinidad única del cristianismo. En la modernidad al tiempo se le comprende como unidad de medida del cambio a través de las nociones de evolución y progreso.
La prisa por vivir se ha hecho una constante en la vida actual, sentimos que no nos alcanza el tiempo para nada, nos hemos convertido en sus esclavos y, por más que queremos, el tiempo nos gana. La respuesta a ¿por qué nos hemos hecho esclavos del tiempo? puede deberse a que percibimos y procesamos la información más rápidamente, contribuyendo a la sensación de que el tiempo pasa más rápido, debido a que nuestro cerebro se vuelve más eficiente en el procesamiento de la información, lo que puede favorecer el acelerar nuestra percepción temporal.
La aspiración de llegar lo más rápido posible a una meta, a lograr un sueño o a alcanzar algo que la sociedad impone, suele generar una agitación y una inquietud que acaba convirtiéndose en trastornos de ansiedad. El querer hacer mil cosas antes de tiempo y el no poder o no querer esperar, es una limitante para nuestra paz interior que trae graves consecuencias para nuestra salud física y mental.
Ya la Biblia lo dice en Eclesiastés 3:1-8 “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.”
Quien no comprende esto en la época actual, está viviendo de manera fugaz, es por ello que debemos trabajar las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), así como la paciencia, la tolerancia y valorar la importancia de la espera, ya que es importante saber que el día que plantamos la semilla, no es el día que recogemos el fruto.
Hoy en día, amable lector, podemos decir que ir despacio es todo un arte, la prisa nos impide concentrarnos y ser eficaces en lo que hacemos. Decía Nietzsche: “La prisa es universal porque todo el mundo está huyendo de sí mismo.”
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conoSERbien; www.sabersinfin.com
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