Carl Stalling: Un nombre que suena
CINE
Agustín Ortiz
Quizá para el espectador promedio el nombre de Carl Stalling no sea uno conocido a primera oída, pero lo cierto es que, a la hora de hablar de él, su lugar es uno junto a nombres más famosos como Disney, Fleischer, Tezuka, Avery y Jones a la hora de hablar de los pilares de la animación moderna.
Pero con la diferencia atendible de que Stalling es el único que puede jactarse no sólo de haber influido a la animación sino también a nuestra educación musical.
Compositor y arreglista nacido en 1891, su legendaria timidez (sólo dos entrevistas en vida) era directamente proporcional a su constancia: prodigio musical que a los 12 años ya era el pianista de cabecera durante las funciones silentes en la sala de cine mudo de su pueblo natal (Missouri), a los 20 años conocería a un joven animador de nombre Walt Disney que, impresionado por el talento anárquico del tímido músico, lo contrataría de inmediato como mano derecha a la hora de plasmar su arte visual a los oídos: suya fue la música de Steamboat Willie (1928), debut de Mickey Mouse (al cual de hecho Stalling prestó su voz en la cinta The Karnival Kid de 1929), así como las legendarias Silly Symphonies.
El estilo de Stalling desde siempre fue peculiar, pero ya en su fase de Director Musical de los incipientes estudios Disney encontraría un puerto para mostrar ese genio mitad anárquico mitad formal: mezclando piezas clásicas existentes con sus experimentales composiciones, es con el cortometraje Skeleton Dance (1929) donde podemos ver una muestra de su genio al convertir la siniestra Danse Macabre de Camille Saint Saens en un baile hipnótico que se empalma perfectamente con esas calaveras danzando eufóricas en plena noche, creando de paso el sistema de sincronía música-cine que se convertiría en la norma posterior.
En solo dos años, Stalling ya había cambiado el cine.
Pero fue a partir de 1936 en Warner Bros donde su genio y melomanía ayudarían a hacer entrar a la animación a una nueva era mucho más destrampada y surreal, siempre con sus notas como acompañante: exageradamente prolífico (compuso, durante 22 años y hasta su retiro en 1958, un score por semana), nada le era ajeno o exagerado a la hora de musicalizar a Bugs Bunny y compañía, mezclando su obra con la de compositores de la talla de Vivaldi, Rossini o el experimental Raymond Scott (a él le debemos que Powerhouse sea hoy por hoy canon dentro de la música del siglo XX y XXI), de paso transmitía el trabajo de éstos y más compositores a un público más amplio, desmitificando a la música clásica y la idea de estrechez a un buen gusto a fin de llevarla a las masas para ser disfrutada, teniendo su cumbre esto en la fundamental adaptación que hizo de El Barbero de Sevilla (1950).
Y aun cuando en 1972 falleció, lo cierto es que su genio sigue con nosotros, ya sea como influencia primordial de artistas tipo el extravagante John Zorn o el avant garde Mike Patton, o simplemente a la hora de en plena película detener nuestros oídos en la música y maravillarnos.
Y mientras la música siga sonando, Stalling seguirá con nosotros.
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