El amor entra por la lente
GASTRONOMÍA
Daniel Parra Céspedes
Por supuesto que comemos para vivir, pero admitámoslo: hoy también comemos para postear. La mesa se ha convertido en un estudio fotográfico, el celular en una herramienta de reporte inmediato y el comensal en una suerte de cronista visual contemporáneo; vivimos “la era del platillo instagrameable”, donde una tostada de salmón de libre pastoreo y lechuga hidropónica tiene más posibilidades de volverse viral que el último escándalo del concierto de Coldplay.
Antaño, la fotografía culinaria era territorio exclusivo de revistas gourmet, libros de cocina y campañas de marcas de mayonesa. Hoy, ese terreno ha sido democratizado a punta de smartphones, apps de filtros y muchos intentos de hacer que la yema de huevo se vea como algo más interesante de lo que es. Gracias a plataformas como Instagram, TikTok o Pinterest, la gastronomía ha encontrado un nuevo escenario, uno donde el ojo come antes que el estómago. Literalmente: si no hay foto, no se empieza a comer. Cada vez escuchamos más la frase “¡espera, no lo toques aún!” ya no referida a un plato caliente, sino al platillo que acaba de llegar a la mesa, y de no hacer caso, se corre el riesgo de que lo primero que se enfríe no sea la sopa, sino la relación si alguien se atreve a mover algo antes de la foto perfecta, “Publico, luego existo”.
Los chefs de hoy no sólo deben dominar el sabor, los aromas, la técnica o la textura. También deben saber qué tanto contraste tiene el platillo con el fondo del plato blanco, que, por cierto, hoy debe ser mucho más creativo que una simple vajilla. Actualmente vemos un desfile de: mosaicos de piedra, cortes de porcelanatos, maderas simples o exóticas, bloques de cristales -que recuerdo se usaban para los baños de vapor- o cualquier otro que se le ocurra al cocinero, eso sí, que vaya de acuerdo a la iluminación del lugar de restauración.
La gastronomía visual ya no es un complemento: es parte integral de la “sensualidad” del platillo. No es casualidad que muchos restaurantes diseñen sus espacios pensando en cómo lucirán en Instagram. Paredes minimalistas o “cálidas”, llenas de colores brillantes o mates, neones con frases. Por supuesto, en un mundo donde todo puede ser contenido, el ambiente es tan parte del menú como la comida misma.
A veces siento que esta tendencia prioriza la estética sobre el sabor y roba el goce espontáneo. Pero, ¿quién dijo que belleza y buen gusto son mutuamente excluyentes? Hay platillos que merecen ambos reconocimientos: el aplauso del paladar y el “like” del algoritmo.
Vivimos en una era donde comer fuera no sólo significa alimentarse, sino compartir nuestra forma de ver el mundo. Cada foodie con teléfono móvil se convierte en director creativo de su propia historia gastronómica. La composición, el ángulo, la luz, todo es parte de una narrativa visual que mezcla el hedonismo con la curaduría.
Sommelier y Mezcallier
FB: Candinga / Instagram: CandingaMx
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