Papeles póstumos del Club Pickwick
LIBROS
Miguel Campos Ramos
La literatura está pletórica de obras que rayan el absurdo y lo caricaturesco. La propia obra señera de Miguel de Cervantes Saavedra, “Don Quijote de la Mancha”, con todo y su grave seriedad, junto con la sabiduría que expone en cada página, no deja de ser la caricatura de un hidalgo (esto es, el hijo de gente de buen nivel económico) que vende la mitad de sus propiedades y compra libros, sobre todo de caballerías, para leerlos, y los lee tanto, que acaba volviéndose loco, creyéndose caballero andante y haciendo cosas como mandar a su escudero, Sancho Panza, a buscar a Dulcinea del Toboso para que le informe de los sacrificios que él hace por ella, como quedarse en la sierra poniéndose de cabeza y dándose cabezazos, a manera de demostración de amor.
Y ni qué decir de obras como las que escribió Cyrano de Bergerac,” Historia cómica de los Estados e Imperios de la Luna” (1657) e “Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol” (1662), obras donde todo es absurdo e hilarante, al grado de que él mismo las califica de “cómicas”.
O también la famosa “Las aventuras del barón Münchaussen” (1875), escrita por Erich Raspe, en una primera versión en inglés, y Gottfried August Bürger, en una segunda versión, en alemán; tal obra está repleta de absurdos, si bien critica los nacionalismos de la época.
Pero, aunque en este número de Sibarita La Revista recomiendo por supuesto esas obras, quiero aludir con más amplitud a la que se considera la primera novela escita por Charles Dickens. Me refiero a “Papeles póstumos del Club Pickwick”, publicada en 1836, cuando su autor sólo tenía 24 años.
Es un prodigio de ironía y sátira, que raya en la caricatura. Trata de un selectísimo club que creó don Samuel Pickwick, club que se caracteriza porque sus integrantes, que son muy pocos y son excelentes amigos, cuando sesionan tiene discusiones tan severas como si se tratara de discutir la paz del mundo o un conflicto mundial. Incluso, se acusan entre ellos, muy al estilo de “te lo digo, hija, para que lo oigas, yerno”, pero siguiendo los protocolos de todo club que se precie. Cito una muestra: “El señor Blotton (de Aldgate) se levanta e interrumpe: ‘¿Aludía a él el honorable pickwickiano?’ (Voces de ‘Orden’, ‘Señor presidente’, ‘Sí’, ‘No’, ‘Continuad’, ‘¡Fuera!’, etc.” Todo un acalorado debate por nada, por el simple hecho de que alguien hizo una alusión intrascendente al tal Blotton.
Toda la obra es una delicia, y a cada rato causa un atisbo de sonrisa en el lector, al ir enterándose éste de las exageraciones de los pickwickianos.
Es, por supuesto, una burla de los clubes de millonarios y no tanto, que se la pasan prácticamente haciendo nada. Aunque sí: comiendo, bebiendo, fumando y paseando, a grado tal que la palabra “pickwick” dio lugar a una condición médica denominada “Síndrome de Pickwick”, consistente en un padecimiento respiratorio que afecta a personas con obesidad, caracterizado por dificultad para respirar debido a bajos niveles de oxígeno.
Una genialidad de esta novela es que está narrada a manera de investigación, es decir, el autor hace creer que se encontró los archivos del club, que incluyen los diarios, las notas de algunos de sus integrantes, etcétera, y que lo único que hace es transcribir o contar los hechos ahí hallados. Un recurso literario que después sería muy imitado. Sólo que Dickens, quizá derivado de su juventud, lo hace de manera fresca y espontánea.
@miguelcamposr15
Canal: https://youtube/miguelcamposramos6715
Leave us a reply