Poesía para no expertos

Una de las consecuencias de tener acceso a internet es el hecho de que es posible encontrar, de vez en vez, algunos tesoros documentales. Es el caso del ensayo Danza y poesía: Ruben Darío, Isadora Duncan, César Vallejo, escrito por Gabriela Mogillansky, de la Universidad de Buenos Aires, en el marco del VIII Congreso Internacional de Teoría y Crítica Literaria Orbis Tertius en 2012. 

En el texto refiere que en 1903 Rubén Darío acude en París al estreno de una presentación de la gran bailarina Isadora Duncan. La crónica del poeta fue publicada en el Suplemento Ilustrado de La Nación, bajo el título de “Miss Isadora Duncan”. Hago referencia a ese documento pues, en él, Darío vincula la poesía y la danza de una manera única. 

Darío reflexiona sobre varias cuestiones acerca de la “rareza de Isadora”, y dice:  “la belleza de sus movimientos en donde pone en juego dos problemáticas intensas: cómo representar por escrito el movimiento de la danza y la relación del ritmo entre danza y poesía.” Ahí hace uno el ritmo de Isadora y el ritmo poético. Por su parte, César Vallejo piensa en Isadora “como un cuerpo natural. El ritmo está en la naturaleza”. Dice Darío: “Pues es en realidad digna de mucho entusiasmo esa rítmica yanqui que hace poesía y arte con la gracia de su cuerpo.” La misma Duncan sintetiza la bella relación entre poesía y danza: “Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas”. 

Uno de los poemas que es danza de palabras es precisamente el titulado Palabras, de Octavio Paz, en el cual cada verso tiene un son y un sonido particular y nos lleva al origen de ellas: 

Dales la vuelta,  

cógelas del rabo (chillen, putas),  

azótalas,  

dales azúcar en la boca a las rejegas,  

ínflalas, globos, pínchalas,  

sórbeles sangre y tuétanos,  

sécalas,  

cápalas,  

písalas, gallo galante,  

tuérceles el gaznate, cocinero,  

desplúmalas,  

destrípalas, toro,  

buey, arrástralas,  

hazlas, poeta,  

haz que se traguen todas sus palabras. 

 

Y si hablamos de son, es imposible no citar un poema que baila en cada verso y cada verso baila por sí solo. Es Guitarra, del poeta cubano Nicolás Guillén. De este poema  Guadalupe Trigo hizo una versión musicalizada imperdible: 

 

Tendida en la madrugada, 

la firme guitarra espera: 

voz de profunda madera 

desesperada. 

Su clamorosa cintura, 

en la que el pueblo suspira, 

preñada de son, estira 

la carne dura. 

Arde la guitarra sola, 

mientras la luna se acaba; 

arde libre de su esclava 

bata de cola. 

Dejó al borracho en su coche, 

dejó el cabaret sombrío, 

donde se muere de frío, 

noche tras noche, 

y alzó la cabeza fina, 

universal y cubana, 

sin opio, ni mariguana, 

ni cocaína. 

¡Venga la guitarra vieja, 

nueva otra vez al castigo 

con que la espera el amigo, 

que no la deja! 

Alta siempre, no caída, 

traiga su risa y su llanto, 

clave las uñas de amianto 

sobre la vida. 

Cógela tú, guitarrero, 

límpiale de alcol la boca, 

y en esa guitarra, toca 

tu son entero. 

El son del querer maduro, 

tu son entero; 

el del abierto futuro, 

tu son entero; 

el del pie por sobre el muro, 

tu son entero. . . 

Cógela tú, guitarrero, 

límpiale de alcol la boca, 

y en esa guitarra, toca 

tu son entero. 

 

Si asistimos a una ballet o a otro espectáculo de danza, llevemos siempre presente que la poesía también es ritmo, los versos se escanden, se cuentan, igual que los pasos de baile, pero antes de eso están el arte, el sentimiento, el amor; éstos tres componentes unifican necesariamente a la danza con la poesía y a la poesía con la danza. 

 

 

Luis Antonio Godina Herrera 

Twitter: Luis Antonio Godina 

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