Todos los hombres del Presidente: en el centro de la noticia
CINE
Agustín Ortiz
La reciente muerte del actor, director y activista Robert Redford (1936-2025) ha puesto en primera línea una filmografía donde tanto pueden convivir clásicos a prueba de balas (El golpe, 1973) y bodrios infames (Propuesta indecorosa, 1993), como grandes romances (El gran Gatsby, 1974) y cumbres como director (Gente como uno, de 1980 y que le dio el Óscar a mejor director). Pero si una película destaca por su actualidad y maestría es sin duda Todos los hombres del Presidente (1976), del aún infravaluado Alan J. Pakula, donde interpretando al periodista ganador del Pulitzer Bob Woodward (al lado de un formidable Dustin Hoffman como Carl Bernstein) da cátedra no solo como actor, sino en el cómo entender los entresijos de la política y dejando a la posteridad una frase que de tan cierta (y usada) ha pasado a ser parte del lenguaje popular y contraseña a la hora de develar muchas de las maquinaciones del poder actual oculto entre bambalinas.
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Era 1972 y un allanamiento en el hotel Watergate había revelado una conjura que tenía al entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, en el ojo del huracán al darse a conocer que espiaba a sus rivales políticos; el escándalo (uno que también, hay que decirlo hoy, es más común que la anomalía que representó en su momento) culminó con Nixon debiendo dejar la silla presidencial y acuñando la partícula Gate como acompañamiento a la hora de hablar de abusos de poder (¿Recuerdan el toallagate en el periodo de Vicente Fox?).
Pero entre el rumor y la noticia, dos periodistas del Washington Post fueron los encargados de dar voz a lo que se decía entre bambalinas de Nixon y su “honestidad”: Bob Woodward y Carl Bernstein decidieron destapar la cloaca que se escondía en un Estados Unidos que venía de Vietnam y de un caos social donde su presidente se erigía como un líder moral absoluto; éticos, sin revelar fuentes (llamando a la principal Garganta Profunda -por la película pornográfica de 1973-, quien décadas después se revelaría como Mark Felt, funcionario del FBI) y siempre persiguiendo cada pista, por ridícula que pareciera, estos dos reporteros se convirtieron de la noche a la mañana en héroes del pueblo, unos que quedarían inmortalizados en la gran pantalla en un clásico que nos dice mucho de los tiempos que vivimos.
Con un magistral y oscarizado guion de William Goldman (quien hasta el final de sus días declaraba que, si volviera a nacer, jamás hubiera escrito este guion, tanto por el desgaste que le implicó lidiar con un Redford que empezaba a adquirir conciencia social, como por lo difícil que fue adaptar la historia de un reportaje a una cinta que fuera entretenido para el espectador), el acierto es narrar el quehacer periodístico como si fuera un thriller, una historia de detectives donde, en pos de la verdad, se juegan el todo por el todo a la hora de confirmar este escándalo que cambió el rumbo de Estados Unidos y que tiene en Redford y Hoffman, al retratar a estos personajes, al rostro mediante el cual se conocen las vidas, en muchos casos anónimas, de quienes se colocan en primera fila para compartir su mirada al mundo, hablándoles a nuestra conciencia.
Y si debiéramos de salvar una cinta de Redford para la inmortalidad, este thriller político sería sin duda la elección de muchos y una cátedra del cine ya no solo como arte, sino como un instrumento de cambio.
Imprescindible.

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