Para la guerra nada
En mayo hay varias cosas que conmemorar y festejar:
Celebramos a los y las trabajadoras que con su esfuerzo, dedicación y servicio logran que las naciones progresen. Celebremos esa lucha por los derechos humanos y laborales. Ese esfuerzo inconmensurable para ganar el pan diario y así sostener a sus familias. Para ustedes mi reconocimiento eterno.
Luego, por supuesto, a las madres de cada uno de nosotros, que, no sé por qué, todas (y no importa la generación) tienen un común denominador: ¡la chancla! Y frases maravillosas como: “…Y si lo encuentro ¿qué te hago?”, además de esa capacidad que tienen de amar a los hijos.
A los que ya la hemos perdido (no importa la edad), nos embarga por siempre un sentimiento de orfandad. Les sugiero que busquen un tema escrito por Carlos y Peteco Carabajal que se llama “Como pájaros en el aire” , el cual está dedicado a las madres.
En este link pueden escuchar una muy buena versión con Mercedes Sosa.
Siempre he pensado lo difícil que ha de ser componer una buena canción a la madre, a la patria o al maestro, y esto obedece –según mi opinión- a la fuerza que estos personajes tienen y por eso las palabras y las notas musicales se quedan cortas para agradecer la existencia de tales seres. Ha de ser difícil no caer en una canción panfletaria con demasiado color de rosa, pero esto es, queridos amigos, una apreciación muy particular. Afortunadamente existen canciones como la que les acabo de sugerir que encuentran la idea exacta.
Lo que sí creo es que tanto el noble oficio de enseñar como la maravillosa maternidad, tienen por característica la búsqueda de hacernos mejores seres humanos, y cuando la niñez se adultera (así decía un querido maestro: “la niñez no se acaba, se adultera”), nos convertimos en adultos y, como dijera mi madre, ¡te entra por un oído y te sale por el otro!…, es decir, ¡no aprendimos nada!
Desgraciadamente no aprendimos nada y seguimos violentando la libertad, los derechos y la vida de los demás.
Alguna vez un conocido mío afirmó con voz tajante: “¡No inventes, Rizzo, con cancioncitas no vas a cambiar el mundo!” ¡Dios me libre de querer cambiar el mundo con canciones!, apenas puedo con mi voz y mi pequeño mundo de cantor.
Lo que sí es viable es empezar a cambiar por la casa, por los amigos y seguir escribiendo e interpretando canciones que eleven el sentido social y nos permitan crear conciencia. Porque si no, ¿dónde dejamos a Miguel Hernández y Serrat con la canción “Para la Libertad”? O al gran cantor chileno Víctor Jara, al que, por cantarle a la paz y al amor, le costó la vida ante una dictadura feroz en el 73. Otro caso enorme… ¡John Lennon!, quien murió en manos violentas cuando era capaz de escribir “…all we are saying is give peace a chance” …
Esos autores sí que cambiaron al mundo, aunque su origen haya sido de lo más sencillo: ¡cantar y hacer música!
La música no se creó para educar, no se creó para declarar ambiciones, no; se creó para endulzar el alma, para consuelo de los caídos, para divertirnos y gozar de lo que hay en la vida.
La música es tan grandiosa que puede provocar tregua en las guerras. Un ejemplo maravilloso de esto fue cuando en la Navidad de 1914 soldados alemanes, franceses e ingleses detuvieron el combate para reunirse, cantar villancicos, jugar fútbol y enterrar a sus muertos sin distinguir bandos. Por supuesto, después vino la corte marcial para todos esos soldados, pero fue maravilloso mientras duró.
En fin; no quiero decir que la solución a la crisis mundial esté a cargo de la música, pero lo que sí creo es que para estos tiempos tan difíciles que nos ha tocado vivir (con la pandemia, la violencia, la guerra), la música en cualquier expresión nos sana, nos cobija, nos consuela.
Terminaré felicitando a todos los trabajadores, a todas las madres, a todos los maestros. Y luego con el link de un tema de Fito Páez cuya frase principal es de un gran consuelo “… ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón…”
Los dejo con el consuelo de que seguro se seguirán haciendo canciones para el espíritu humano y la paz, porque para la guerra… ¡nada!
Hasta la próxima.
Sergio Rizzo
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