Hijo: He ahí a tu madre
“Corredor de celdas” Museo de Arte Religioso ex Convento de Santa Mónica, Puebla, México, fotografía de la colección: “Volverte a ver” INAH-PUEBLA, año 2022.
La época medieval ha sido mal llamada “oscurantismo”. Se dice que en esos casi mil años el conocimiento se estancó y ocurrió algo así como una pausa entre el desarrollo del pensamiento que venía desde Mesopotamia, Persia, Fenicia, Grecia, Roma y Egipto hasta el renacimiento acontecido más de novecientos años después. Pero esto es absolutamente incorrecto, tendencioso y prejuicioso.
El desarrollo de la arquitectura, la pintura y la música clériga, así como la evolución de la filosofía teológica y el derecho canónico en la Europa de las abadías y los conventos, sentaron las bases para la construcción de una religión institucionalizada que, un par de siglos después, utilizaría esas estructuras sociales, políticas y económicas en los procesos de conquista y evangelización en el nuevo mundo.
Una de las mentes más brillantes de la alta edad media fue la de San Agustín, quien, al retomar la filosofía platónica, cimentó los ideales del catolicismo: el amor al prójimo, el sacrificio, la compasión y el perdón. En su obra máxima: “De Civitate Dei” (La Ciudad de Dios), el santo de Hipona esclarece las diferencias diametrales entre la ciudad pagana y la ciudad de Dios, enaltece los valores ideales de la religión en una obra de veintidós libros y los enlista con ejemplificaciones preciosas y precisas: el bien y el mal, el pecado y la culpa, la muerte, el derecho y la ley, la contingencia y la necesidad, el tiempo y el espacio, la providencia, el destino y la historia.
Pero San Agustín de Hipona no siempre fue un doctor de la iglesia ni un erudito de las artes literarias eclesiásticas ni un sabio de la filosofía cristiana. Agustín fue un hombre que gustaba de los placeres de la carne, la embriaguez y la rebeldía. Fue su madre, Santa Mónica, quien, armada de paciencia y perseverancia, encauzó a su hijo hacia las prácticas religiosas, hasta que un día en Milán, Italia, Agustín de Hipona es redimido por las autoridades papales y convertido del paganismo a la religión de su madre.
A partir de ese acontecimiento histórico que hoy versa en los documentos vaticanos, Mónica inicia su camino a la beatificación y la canonización, el mundo occidental reconocerá en ella, en los siglos venideros, a una mujer con principios y valores sólidos y con un amor maternal inigualable.
Actualmente en la Ciudad de Puebla existe un museo de arte religioso nombrado en su honor Museo de Santa Mónica, ocupado por las religiosas Agustinas Recoletas desde su fundación hasta la exclaustración en el año de 1934, fecha desde la cual el recinto funge como un repositorio de arte eclesiástico y una fuente inagotable de inspiración para artistas, estudiosos de la religión y amantes de las artes culinarias. Y es que en este sitio las monjas crearon el internacionalmente famoso chile en nogada, dulcería virreinal y diversos moles que actualmente forman parte de la gastronomía representativa de nuestro país.
Con dos patios bellamente flanqueados por las celdas, el comedor, el oratorio, la imponente cocina y los baños, el ex convento representa un oasis de calma, paz y silencio, en medio del apabullante y abrumador centro histórico de la ciudad.
Se puede percibir la erudición monástica, la pasión en la cocina, el recogimiento en las celdas, los aromas en el comedor, las voces a bajo volumen en los corredores y la adoración santísima en los reclinatorios. El huerto resguardado entre muros altísimos y adornados con talavera guarece las higueras, los naranjos, el romero, la lavanda y el tomillo aún hoy, en nuestros días. Ya en la planta alta nos espera el arte pictórico: las pinacotecas a media luz con reflectores sobre los rostros bíblicos, el brillo del óleo y el olor avejentado. Tres pinturas son especialmente interesantes: sus perspectivas se alinean a los ojos del espectador conforme éste camina de lado a lado de los bastidores que penden de los muros santos.
Y mientras tanto, el ex convento permanece ahí para exclaustrar la ignorancia y los mitos en torno a la vida religiosa, para corroborar las dudas, para trasladarnos en el tiempo a los siglos del virreinato.
Su historia también permanece a la espera de los cultos y los curiosos, para contarnos el sacrificio de una madre que desterró los vicios de su hijo y lo puso en el camino de la santidad. Los evangelios narran las últimas palabras de Jesús crucificado: “Hijo, he ahí a tu madre”, al presentar a María con el apóstol Juan. Hoy, el ex convento nos recuerda que también a San Agustín se lo debieron decir antes de presentarle en esa mujer y con ella el camino de la docta rectitud teológica y la ruta de la literatura platónica que, para bien o para mal, salvó a la iglesia y la perpetuó en la mente colectiva de la mitad del planeta.
Eduardo Pineda
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