Poesía para no expertos
El tema de Sibarita que se desarrolla a lo largo de este número de la revista, en un principio se veía fácil de ser abordado, sobre todo porque se trataba de vincular la poesía con la paz mental. ¿Qué mejor que leer un poema cuando se está atribulado o con un estrés grave? ¿Puede haber algo superior a un poema en condiciones de enamoramiento agudo o enfermedad calamitosa? La respuesta difícilmente sería no.
Pero ¿la poesía siempre nos lleva a la tranquilidad, a la paz, al sosiego? Al igual que en el caso anterior, la respuesta sería no. Hay poesía que inquieta, que desvela, que mueve la consciencia y nos impulsa, si no a la guerra, sí a la acción o al olvido.
En nuestros tiempos, en donde 150 caracteres o un video de 15 segundos pueden determinar la conversación, tomarse el tiempo para leer un poema puede resultar fútil. Hacerlo para caminar hacia la paz mental ya sería muy arriesgado para algunos. Pero hagamos una pausa y dejemos que la poesía hable en los dos sentidos señalados: el de la paz y el de acción, no necesariamente tranquilizante.
Amado Nervo, el gran poeta nayarita y uno de los tres poetas señeros en la vida de la literatura mexicana, escribió un poema que tituló “En paz”:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Un ejemplo claro de lectura que con pasión nos lleva o puede llevar a lo que Wikipedia define como paz interior: “hecho de estar mental o espiritualmente en tranquilidad, con suficiente conocimiento y comprensión como para mantenerse, uno mismo, fuerte, frente a la ansiedad o el desequilibrio emocional.” Otra muestra de poesía que nos llama a encontramos en el momento presente lo encuentro en Árbol adentro, de Octavio Paz:
Creció en mi frente un árbol. Creció hacia dentro.
Sus raíces son venas, nervios sus ramas,
sus confusos follajes pensamientos. Tus miradas lo encienden
y sus frutos de sombras
son naranjas de sangre,
son granadas de lumbre.
Amanece
en la noche del cuerpo. Allá adentro, en mi frente, el árbol habla.
Acércate, ¿lo oyes?
En cuanto a la poesía que mueve al lamento y a la intranquilidad comparto dos poemas, uno del poeta inglés Philip Larkin y otro del escritor francés Boris Vian. El primero Larkin lo nombró Deseos:
Más allá de todo esto, el deseo de soledad:
Por más que el cielo se plague de invitaciones,
Por más que sigamos las direcciones del sexo,
Por más que la familia pose junto a la bandera,
Más allá de todo esto, el deseo de soledad.
Debajo de todo esto, corre también el deseo de olvido:
Pese a las ingeniosas tensiones del calendario,
Los seguros de vida, los ritos de la fertilidad,
El alto precio de la aversión de los ojos a la muerte,
Debajo de todo esto, corre también el deseo de olvido.
Por su parte, Boris Vian escribió el siguiente poema, el cual descubrí en la década de los 70 en las páginas de la revista Siempre!:
Moriré de un cáncer de columna vertebral
Será en una noche horrible
Clara, cálida, perfumada, sensual
Moriré de podredumbre
De algunas células poco conocidas…
Moriré de una pierna arrancada
Por una rata gigante surgida de un agujero gigante
Moriré de cien cortes
El cielo caerá sobre mí
Roto como un gran vidrio pesado
Moriré de un grito
Que reviente mis tímpanos
Moriré de heridas sordas
Infligidas a las dos de la madrugada
Los contrastes no pueden ser más claros. Si fuera necesario elegir entre una y otra opción me negaría a hacerlo. La poesía es eso: poesía. Esa creación provocó durante la infancia de mis hijas Mariana y Ana Luisa, un espacio al final del día al que denominamos: “y ahora… ¡leamos un poema!”, cada noche compartíamos uno. Era un rezo que siempre extraño. Los invito a que en cualquier estado de ánimo en que se encuentren, detengan el paso y digan: ¡y ahora… leamos un poema! Verán un mundo distinto después de hacerlo.
Luis Antonio Godina
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