La luz al final del túnel: Educación
De nada sirven los programas, estrategias, ideas, planes, instrumentos o iniciativas gubernamentales cuyo objetivo sea fomentar actitudes que vayan en contra del racismo, porque de nada vale una cura cuando no se sabe, o no se quiere saber, en dónde se aloja la enfermedad. Y es entonces cuando el problema se va dejando crecer aun sabiendo cómo solucionarlo. Es como tratar con placebos a una persona que tiene un tumor maligno y que irremediablemente morirá. No querer solucionar un problema social desde su raíz, es la peor traición que un gobierno puede hacerles a sus compatriotas.
El racismo es una enfermedad social mortal que se ha alojado en lo más profundo de los seres humanos; sin embargo, es por demás sabido que ningún niño nace siendo racista. El racismo es algo que se aprende y se transmite de un modo cultural durante el desarrollo. La pregunta es por qué ha logrado perdurar en el tiempo e incluso mutar y reproducirse como un virus para el cual pareciera que no existe vacuna alguna que pueda detenerlo.
Ante este panorama desolador existe al final del túnel una luz llamada “educación”. Disciplina que debiera ser una fuerte aliada para la solución de los muchos problemas que aquejan a las sociedades enfermas, como la nuestra; de ahí la importancia de educar para la convivencia, la tolerancia y la diversidad, pero con estrategias encaminadas a conocer, comprender y respetar las diferencias culturales y personales, la igualdad de derechos y oportunidades para todas las personas, y la no discriminación.
Posiblemente se piense que la educación actual funciona bajo esas directrices, pero la realidad es que no. Lo comprobamos cada día en el manojo de noticias terribles de discriminación en función de color de piel, de la etnia o la religión, y el ejemplo claro es que como consecuencia directa de la pandemia del coronavirus, en los últimos meses se viene manifestando una fuerte corriente de racismo contra la comunidad asiática, incluso los animales han tenido que sufrir las consecuencias, como aquella cueva de murciélagos que fue incendiada para acabar con el virus que supuestamente estos inocentes animales le transmitieron al ser humano.
Entonces, la tarea dentro de las instituciones educativas se torna cada vez más difícil en un escenario que no debería serlo, pues es en cada salón de clases donde se tiene la oportunidad de educar una sociedad cada vez más diversa y multicultural. No obstante, se nos ha olvidado la otra parte de la diversidad, que es la inclusión, término muy de moda en el sistema educativo actual, pero que lejos de lograr incluir se mira como una enorme falta de competencia intercultural en la vasta diversidad de personas dentro de un aula escolar.
Lo cierto es que los centros educativos están fracasando respecto a la formación no racista en sus estudiantes y docentes. Si se fomentaran la lectura (no como castigo), el análisis y la reflexión de la literatura clásica, periódicos, revistas especializadas, muy probablemente se avanzaría en una formación no racista y se notaría un cambio socio-cultural que definitivamente se reflejaría en la sociedad, tan necesitada de soluciones radicales y no mediáticas. Además, en el caso de los niños, se podrían ir eliminando gradualmente el miedo, la inseguridad, la baja autoestima y la dificultad para relacionarse, factores que tanto afectan su desarrollo académico; ello desembocaría en adultos con más conciencia social y menos actitudes racistas.
Esperemos que a lo anteriormente expresado no se le dé un sentido onírico, sino que se vea como una verdadera solución. El lugar donde se aloja el racismo está detectado, ya sólo queda que un especialista lo puede extirpar.
Éricka E. Méndez Ortega
eryelmeor@gmail.com
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