No image

De humani corporis fabrica

Interior del Palacio de la Escuela de Medicina, Ciudad de México. Fotografía de la colección: “101 museos de la CDMX”. Año 2019.

 

 

El cuerpo ha sido durante siglos motivo de asombro, objeto de estudio, blanco de innumerables reflexiones, tabúes, dogmas, transgresiones, experimentos, alabanzas, tradiciones, ceremonias y rituales. Y siempre ha sido menester mantenerlo a salvo, con vida y sano.

Pero en esta carrera a la inmortalidad humana, el hombre ha intentado de todo y ha partido de diferentes sistemas de pensamiento, ideologías y filosofías para justificar y enajenar sus esfuerzos respecto del cuerpo y sus fenómenos.

Es, quizá, la enfermedad aquello que más preocupa al hombre; agentes invisibles, hasta hace poco tiempo aún desconocidos, causan casi todas las enfermedades, y combatirlos ha sido una tarea titánica, pues en medicina todo inicia con “bastonazos de ciego”.

Haciendo un recorrido por el Palacio de la Escuela de Medicina de la CDMX, la historia de esta disciplina salta de las vitrinas y paredes y se instala en la imaginación y la razón del espectador. Vienen a la memoria personajes que se han anclado como pilares de la historia de la práctica médica: Hipócrates, Galeno,  Vesalio, Da Vinci, Pasteur, Fleming y muchos más a los que debemos en buena medida que nuestra especie sobreviva a enfermedades que antes eran inminentemente fulminantes.

Andreas Vesalio y su libro Humani corporis fabrica es un buen ejemplo de la cosmovisión que por centurias se tuvo del cuerpo humano y sus procesos: el organismo visto como una máquina, una fábrica explicada desde la linealidad de la predictibilidad. Gracias a Vesalio dijimos “aparato digestivo”, “aparato respiratorio”, etc. El mecanicismo planetario del post renacimiento donde planetas giran de forma constante en torno al Sol, se trasladó a la explicación de todos los fenómenos; para Andreas Vesalius el cuerpo no era más que una fábrica y por ende sus tratamientos médicos no eran más que reparaciones de la máquina. Hoy sabemos que no es así, el organismo funciona como un sistema complejo, no predecible y no lineal, donde el todo es mucho más que la suma de las partes; hoy decimos “sistema digestivo” y no “aparato”.

Pero la era mecanicista tuvo su encanto: los dibujos y grabados de los renacentistas italianos, el detalle de los anatomistas, la máquina dibujada como si tuviera engranes, la ingeniería corpórea, produjo también un arte singular y hermoso.

Hoy, estos productos de la investigación en medicina, junto con las colecciones que echaban a volar la imaginación de los galenos antiguos, pueden ser vistos y admirados en el Palacio de la Escuela de Medicina en esa emblemática esquina de Santo Domingo en el Centro de la Ciudad de México: frascos con embriones, miembros momificados, dibujos de las ramificaciones arteriales, músculos y huesos; esculturas, libros, instrumentos médicos y toda la tradición del esfuerzo imperturbable que el hombre no va a detener por alcanzar la salud y la vida eterna.

“Ante todo no hagas daño” ─dijo Hipócrates a sus discípulos, pero lo olvidaron. En la frenética lucha contra las enfermedades, muchas veces es peor la cura; en la empecinada carrera por no morir, el ser humano se ha olvidado de que es mejor calidad que cantidad de vida, pero no importa; en el museo que hoy alienta estas líneas, la belleza de la terquedad queda en la memoria de los visitantes para recordar que la supervivencia también es un arte.

 

 

Eduardo Pineda

ep293868@gmail.com

 

Compartir

About Author

Related Post

Leave us a reply