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Cuando el cine nos alcanzó: de predicciones fílmicas y otros miedos

En un inicio, el cine era la vida misma. Los primeros espectadores que acudieron al Café de París, el 28 de diciembre de 1895, lo que vieron fue una secuencia de obreros saliendo de la fábrica. Y no se necesitaba más, el público quedaba fascinado al ver la cotidianeidad en movimiento proyectada en una pantalla. Pero aun en lo cotidiano, había espacio para el horror: aquella vieja anécdota del público huyendo despavorido cuando en pantalla aparecía un tren que corría a toda velocidad hacia la pantalla. La imaginación había llegado al cine. 

Y así fue como, casi de inmediato, los soñadores encontraron un lugar. El cine dejó de ser el mero registro de la realidad e inició un largo viaje por los senderos de la imaginación.  

El pionero en los juegos de imaginación hechos cine fue Georges Méliès. Para él, la cámara no era un aparato científico, sino un juguete más de los muchos con los que practicaba trucos de magia. Con una enorme capacidad de ilusionismo, Méliès viajó incluso hasta la Luna, presagiando lo que ocurriría 67 años después. Lo que antes era magia, seis décadas después se volvía cotidiano. 

Hagamos una elipsis. En 1968, Stanley Kubrick estrenaba esa obra maestra llamada 2001: Odisea del espacio, donde además de contarnos la historia de la evolución del hombre apoyada en poderes astrales lejos de toda comprensión, también nos mostraba a un grupo de astronautas que para comunicarse con los suyos utilizaban pantallas que permitían tener una imagen en tiempo real y sin necesidad de estar pegado a una bocina para poder llamar, sustituyendo los teléfonos de rueda que proliferaban y se antojaban la culminación del invento de Alexander Graham Bell.  

Lo que se antojaba imposible acabó convirtiéndose en cotidiano ante la llegada de una nueva tecnología de la cual vivir hoy sin ella nos es inconcebible, una en la que también probablemente estés leyendo esto, como en 2001 también lo hacían. 

Parecerían ejemplos aislados, pero sobran los casos donde el séptimo arte -para bien o para mal- se convirtió en herramienta de premoniciones. En 1998 El show de Truman nos contaba la historia de un huérfano adoptado por una televisora que decide convertir su vida en un show donde cada movimiento era capturado y transmitido a millones de personas, esto aun cuando la idea era algo más cercano a “1984”, de George Orwell, que a los reality shows e influencers que hoy pululan en el mundo del entretenimiento. 

Un año después, Matrix, de las hermanas Wachowski, nos hablaba de un ciberespacio donde se podía cambiar de identidad fácilmente. Años después, precisamente la locura que pueden generar los tiempos del internet alumbraron en Joker, de Todd Phillips, una obra donde se nos mostraba la historia de un hombre (antes de ser el villano que todos conocemos) al cual el ansia y la modernidad enloquecen hasta convertirlo en, además de un memorable villano, un héroe ante las minorías, algo en lo cual Donald Trump basó una campaña que lo llevaría a la presidencia. 

No sólo el alto arte alumbró estos avances de los cuales hablo, ya que desde los años 90, la muy palomera Dick Tracy, de Warren Beatty, planteaba la posibilidad de un Apple Watch, mientras que la comedia romántica Tienes un e-mail auguraba un futuro donde el online dating iba a ser algo más común que la interacción humana a la hora de tener citas. 

Y qué decir del muy olvidable thriller La Red: estrenada en una época donde el internet llevaba pocos años de estar al alcance del público, la cinta hablaba del ciberacoso y robo de datos de una manera que en ese entonces parecía parte de la ciencia ficción, aun cuando hoy es tristemente frecuente caer en ello.  

Pero si de ciencia ficción se trata, ahí está Blade Runner, un clásico de culto que narra la búsqueda frenética de un policía, el oficial Deckard, que va tras la pista de unos replicantes renegados (una inteligencia artificial que aprende a sentir), pero el telón de fondo es un mundo globalizado donde predominan la cultura y tecnología asiáticas, otro acierto escalofriante en la precisión sobre cómo se integró dicha cultura en nuestra vida diaria. 

Treinta años antes de que existiera Alexa, Volver al futuro II mostraba aparatos electrodomésticos activados por la voz, y puertas que se abrían con las huellas digitales, esto como si esa tecnología fuera hija justamente del villano de 2001: Odisea del espacio: esa cumbre de personaje llamado Hal 9000, una inteligencia artificial letal cuyas siglas fueron elegidas por Kubrick al negarle la en ese entonces todopoderosa IBM el uso de la marca, optando simplemente por llamarlo de acuerdo a las letras que la antecedían. 

Lo que ayer se podría antojar como fantástico, hoy es parte de nuestro cotidiano día a día. 

Y esa ciencia es el resultado de magia. 

La magia del cine. 

La que es tan infinita como los sueños. 

 

 

Agustín Ortiz 

joseagustinortiz86@gmail.com

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