Tolstoi, melocotones y valores
Uno de los escritores que más defendió los valores humanos fue sin duda el ruso Lev Nikoláievich Tolstói, nacido el 9 de septiembre de 1828 y fallecido el 20 de noviembre de 1910.
Claro, lo conocemos popularmente como León Tolstoi, y forma parte de la pléyade de grandes autores (junto a Emile Zola, James Joyce, Franz Kafka, Jorge Luis Borges…) que se quedaron sin Premio Nobel.
Pero ésta es otra historia… La que me interesa contar ahora es la de su enaltecimiento de los valores. De la bondad, de la generosidad, del agradecimiento, entre otros.
Su novela Guerra y paz es un alegato contra las atrocidades de la guerra, sin más.
Pero fueron sus obras breves las que le permitieron mayor divulgación, sobre todo entre el pueblo, concretamente aquellos cuentos cargados de buenos mensajes, a grado tal que se les conoce como “apólogos”: “El perro muerto”, “Las tres preguntas”, “El zar y la camisa”, “Los melocotones” (al cual me referiré en esta ocasión), son claros ejemplos.
“Los melocotones” es un apólogo que hace un elogio de varios valores, como la comunicación familiar, el trabajo, pero sobre todo la generosidad.
Su trama es simple.
Un día el campesino Tikhon vuelve de Moscú a su casa con varios melocotones que le obsequió el tío Ephim. Da uno a cada uno de sus hijos (Vania, Vasili, Sergei y Volodia), y otro a su esposa. Tras un debate sobre si son manzanas o no, acaba explicándoles que son melocotones y que los cultiva el tío Ephim, pese a las bajas temperaturas, gracias a que tiene un invernadero.
Por la noche, tras suponer que ya disfrutaron todos sus melocotones, los reúne y les pregunta que les parecieron.
Sergei dice que el suyo estuvo tan delicioso que plantaría el hueso en una maceta para que saliera un árbol. El padre repone: “Probablemente serás un gran jardinero”.
“Yo”, dijo Vania, el más pequeño, sentí tan sabroso mi melocotón que le pedí la mitad del suyo a mamá.” El padre, comprensivo, repone: “Aún eres muy pequeño.”
“Yo vendí el mío en 10 kopecks”, confiesa Vasili.
“Ya empiezas a negociar”, repuso el padre. “¿Quieres ser comerciante?”
Entonces se dirige a Volodía: “Y a ti ¿qué te pareció tu melocotón?”
“No sé”, repone Volodia.
“¿Cómo que no sabes?”, exclama el padre. “¿Acaso no lo comiste?”
Entonces Volodia explica: “Fui a ver a Gricha, quien está enfermo, para mostrarle el melocotón. Le conté lo que nos dijiste de esta fruta, pero él no dejaba de contemplarlo. Entonces se lo di. Pero como no quiso aceptarlo, se lo dejé y me salí.”
El padre, poniendo una mano sobre la cabeza de Volodia, repone convencido:
“Dios te lo devolverá.”
¿Qué tal? Este apólogo, junto con los arriba mencionados, forman una larga lista de breves historias de este gran autor ruso que fue venerado por la calidad humana de su obra, aunque también por su calidad humana como persona, pues entre otras acciones liberó a miles de siervos que tenía en su finca y, siendo una celebridad, fue a morir en un pobre vagón de ferrocarril.
Muy recomendable leer estos apólogos tolstoianos para, de una manera amena y sutil, aprender acerca de los valores humanos.
Miguel Campos Ramos
@miguelcamposr15
Leave us a reply