Al Maestro, con admiración y cariño
En 1967, el actor Sidney Poitier había recorrido un largo camino: nacido en 1927, y el menor de siete hermanos, Poitier se crio en una familia de muy escasos recursos, viendo su primer automóvil a la edad de 10 años y aprendiendo a leer a los 16 años, habiendo migrado a Estados Unidos cansado de la falta de oportunidades con la que se enfrentaba día a día en las Bahamas.
De buen porte y rostro duro pero al mismo tiempo expresivo, el histrión sufrió la discriminación de la América que abrazaba el racismo, hasta que a los 28 años y por talento propio empezaría una carrera de éxitos que lo volverían no sólo un referente de Hollywood al convertirse, además de en el primer actor afroamericano en ser nominado al Óscar como mejor actor por The Defiant Ones (1958), en el primero en ganarlo por Lillies on the field (1963).
La América donde Poitier triunfaba era una América que además de haberlo convertido en estrella lo había convertido en ícono; eran los efervescentes 60, donde la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos llenaba los titulares, convirtiendo al histrión en un emblema de superación y armonía racial a la corta edad de 35 años, uno que no se quedaba callado y usaba su carisma y talento para narrar historias que usaran al séptimo arte como un instrumento de cambio social.
No era el actor más taquillero ni el más famoso, pero para la década sí era el más necesario.
1967 fue el año que convertiría a Sidney Poitier en algo superior a una estrella.
1967 lo convertiría en héroe.
A los 40 años y harto de ver el mundo violento en que vivía, aceptó tres papeles que lo catapultarían a la inmortalidad, tres papeles donde usaba su genio para hablar de historias donde el tema racial era el conflicto, pero la armonía la solución: Al calor de la noche, Adivina quien viene a cenar y, por la que hoy escribimos, Al Maestro con cariño.
Mack Thackeray es un ingeniero desempleado que cansado de ser rechazado por su color de piel decide a regañadientes aceptar un trabajo como maestro de un puñado de adolescentes rebeldes, previamente rechazados de otras escuelas, que lejos de alumnos se convierten en un recordatorio de la discriminación que no ha dejado de acompañar a Thackeray.
Una que Poitier sabía de primera mano.
Lejos de la cursilería que predominaba en el cine al mostrar la docencia, el Thackeray de Poitier es un hombre que sobre todas las cosas ha vivido la discriminación que sus alumnos-rivales aún no dimensionan estar viviendo; es un hombre duro, cansado, pero uno que no deja de luchar y creer en algo mejor, aun cuando eso implique sufrir humillación tras humillación sin dejar de creer en el poder de la educación como herramienta esencial para cambiar vidas.
Más que interpretar un papel, Poitier lo entendía.
Para cambiar el mundo.
Estrenada con bombo y platillo, la cinta se convirtió en un éxito en taquilla que coronó a su protagonista como una de las figuras esenciales no sólo de la magia del cine, sino también del poder del cine, el séptimo arte, para generar un cambio social.
Y uno cuando lee la vida de este grande se da cuenta de algo: ese 6 de enero del 2022 marcado como su fallecimiento no es algo real.
El sigue aquí y su legado lo vemos, lo vivimos y lo disfrutamos cinéfilos y no tan cinéfilos.
Porque pocos se atreven a luchar por el mundo que sueñan. Él lo hizo.
Y todos ganamos.
Agustín Ortiz
joseagustinortiz86@gmail.com
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