La belleza del mundo en un solo lugar: Museo Soumaya, Ciudad de México
Fotografía: revista Pueblos México año 2022
Las artes plásticas y escultóricas a lo largo de la historia de la humanidad han dejado atónitos a los espectadores que se maravillan con la forma en que los artistas reproducen la realidad o la reinventan.
Desde las pinturas rupestres en las que nuestros ancestros retrataban su mundo de cazadores y recolectores, sus paisajes de extensas llanuras o agrestes montañas, hasta el surrealismo de Dalí, donde el universo onírico toma deformaciones de la imaginación, o los horrores pintados por Francisco de Goya, o el hiperrealismo de Canaleto, el ser humano se ha regocijado con la estética y la forma, el color y las proporciones.
Lo mismo ocurre en la escultura: el detalle de las formas humanas y mecánicas maravillan a las generaciones, igual que las dimensiones imponentes o minúsculas, que son difíciles de creer como resultado de la imaginación de los artistas. Al respecto, por ejemplo, Michelle Ángelo Buonarotti decía: la obra está ahí, atrapada en el mármol, yo sólo le ayudo a ser liberada.
Y es impresionante cómo, a decir de las formas humanas, la escultura puede exponer la anatomía angiovascular u ósea dando la impresión de que apreciamos un cuerpo real vivo o muerto, pero real.
De manera que tanto la pintura como la escultura, el grabado, el dibujo, el retablo, el diseño y la litografía son tal vez las formas más acabadas de la interpretación sensible que hacemos del entorno y de nuestros sueños.
Ello es plausible y, como humanidad, agradecemos a quienes se han esforzado por condesar esas obras en repisas, muros y pisos en un solo lugar. Y el Museo Soumaya es una muestra prístina del esfuerzo de la familia Slim por resguardar y mostrar lo más bello que el hombre ha construido.
Tras una estructura arquitectónica sin paralelo se guarecen del tiempo, pero no del placer de su contemplación, miles de obras de arte mexicano e internacional. Cada piso del Soumaya es un universo que satura la vista del visitante, le sacia la sed de estética y le complace con una demostración de cultura internacional e histórica que nunca podrá olvidar, ni en esta vida ni en las próximas.
Quiero enunciar sólo algunos ejemplos que sin duda me serán de utilidad para explicar mejor el sentir que el Soumaya despierta en sus invitados: el arte en mármol del lejano oriente, que luce por su milimétrico detalle; y el último piso del museo, con esculturas, en su mayoría de Rodin, que por su perfección estética y su construcción antropomórfica se imponen y hacen parecer que fueron creadas por Dios en la evolución de la vida.
Pero el arte virreinal, el muralismo mexicano, las obras de los grandes genios europeos, como Van Gogh, y las propuestas modernistas, cohesionan el asombro y mezclan el placer y la admiración para que la visita a las colecciones que exhibe el Soumaya constituya una caricia para el alma y la imaginación creativa de los cultos y curiosos que se dan cita entre sus muros curvos que reflejan por fuera toda luz que irradian sus obras desde adentro.
Eduardo Pineda
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