Poesía para no expertos
La Real Academia Española define la égloga como una “composición poética del género bucólico, en la que los pastores suelen dialogar”. Conocí esta forma de escribir poesía en mis clases de literatura en el CENHCH, bajo la voz de la maestra Josefina Rossáinz, y tengo la impresión de que es una de las formas poéticas que destacó en primera instancia el respeto por la naturaleza y lo hermoso que era vivir en ella.
En “Don Quijote”, al final de la segunda parte, el héroe (diría Richard Strauss) propone a Sancho Panza convertirse en pastores y transforma una vez más su nombre (primero fue “el caballero de la triste figura” y luego “el caballero de los leones”), para ser el pastor Quijotiz y su escudero el pastor Pancino. Este pasaje es uno de los más poéticos del texto -es el prolegómeno de la muerte de Don Quijote- y nos remite a la llamada Arcadia, cuna imaginaria del equilibrio entre el hombre y la naturaleza.
Desde este punto de partida es posible identificar poetas y poemas en donde los elementos de la naturaleza están presentes. Por ejemplo, El Discurso por las Flores del poeta tabasqueño Carlos Pellicer Cámara:
El reino vegetal es un país lejano
aun cuando nosotros creámoslo a la mano.
Difícil es llegar a esbeltas latitudes;
mejor que Doña Brújula, los jóvenes laúdes.
Las palabras con ritmo —camino del poema—
se adhieren a la intacta sospecha de una yema.
Algo en mi sangre viaja con voz de clorofila.
Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano
siento la conexión y lo que se destila
en el alma cuando alguien está junto a un hermano.
Hace poco, en Tabasco, la gran ceiba de Atasta
me entregó cinco rumbos de su existencia. Izó
las más altas banderas que en su memoria vasta
el viento de los siglos inútilmente ajó.
O la denuncia o clamor por mejores condiciones de vida que Alfonso Reyes insta en su poema Yerbas del Tarahumara:
Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos y curtidos,
duros en la lustrosa piel manchada,
denegridos de viento y de sol,
animan
las calles de Chihuahua,
lentos y recelosos,
con todos los resortes del miedo contraídos,
como panteras mansas.
Octavio Paz, en Paisaje, crea conciencia sobre aspectos que a veces pasan inadvertidos para los mortales comunes, no así para los ojos del poeta:
Insectos ocupados,
caballos de color sol,
burros de color nube,
nubes, enormes rocas que no pesan,
las montañas como cielos derrumbados,
la manada de árboles bebiendo en el arroyo,
Todos están allí, felices en su ser,
delante de nosotros que no estamos,
comido por la rabia, por el odio,
por amor comido, por muerte.
Para entender la riqueza de la naturaleza en nuestro país es obligatorio revisar nuevamente a Pellicer, ahora en El Canto del Usumacinta, donde se refleja el agua que fue su pasión poética:
Y el agua crece, habla y participa.
Sácalo del torrente animador,
tiempo en que la tormenta fertiliza;
el agua pide espacio agrícola.
Es válido afirmar que la poesía y el amor a la naturaleza han ido de la mano desde el principio. Sin embargo, en nuestro tiempo, ciertamente necesitamos energías limpias, leyes que protejan los bosques, acuerdos globales para contener el cambio climático, pero eso no es suficiente. No lo es. Necesitamos poetas, poemas que denuncien, protejan, exalten el cuidado de las flores, el aire que respiramos, la tierra que pisamos. No hacerlo nos condenaría a un mundo materialista, y ese mundo no tiene futuro, y si lo hace, será controlado por robots y no por el alma y la pluma del ser humano.
Luis Antonio Godina
Twitter e Instagram: lgodina
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