Chef: la sazón del origen
CINE
Agustín Ortiz
De manera muy discreta, el cineasta y actor Jon Favreau (1966) se ha convertido en una de las figuras más influyentes dentro del cine contemporáneo. Aquel que empezó como uno de los novios más memorables de Monica Geller dentro de la legendaria Friends, inició el siglo XXI inaugurando el multimillonario universo Marvel en el cine (y de paso rescatando del ostracismo al en ese entonces problemático y exiliado Robert Downey Jr.) dirigiendo Iron Man (2008), para posteriormente reafirmar su éxito en taquilla al llevar nuevamente a la gran pantalla la legendaria El libro de la selva (2016), inaugurando también una nueva manera de vender la nostalgia convirtiendo las otrora fantasías animadas a carne, hueso y efectos especiales.
Pero en medio de esa unción como el hombre que revolucionó el cine comercial tal y como lo conocemos, se dio tiempo de respirar con una pequeña joya que en su estreno desconcertó a la mayoría, pero que vista hoy se puede entender como un pequeño recordatorio de cómo empezó todo.
Porque antes de convertirse en un visionario, Favreau se curtió desde abajo. Después de una serie de papeles secundarios de lujo en cintas como el clásico deportivo Rudy (1993), el memorable payaso neurótico en Seinfeld (1994), o el ya mencionado novio multimillonario con sueños de triunfar en la lucha libre en Friends, Favreau decidió lanzarse al ruedo como guionista y protagónico mediante una pequeña cinta que se convirtió en un clásico dentro de la nueva ola de cine independiente inaugurada en la década de los años noventa: Swingers (1996).
Dirigida por Doug Liman, Swingers narra la historia de un grupo de amigos que buscaba triunfar en la ciudad de Los Ángeles. Se trata de una comedia sin mayor pretensión que la de contar una historia divertida, con un impagable Vince Vaughn y una deliciosa banda sonora llena de swing y jazz, que sorpresivamente se convirtió en un éxito de culto que encantaba a quien la veía.
Aunque no fue fenómeno de taquilla, consiguió algo más importante, más valioso, más difícil: se volvió en una cinta amada por muchos de sus espectadores.
Con ese mismo espíritu, lejos de los efectos especiales y de los estudios, en 2014 Favreau sorprendió a propios y extraños con Chef (2014), película donde dirige, protagoniza y escribe la historia de un exitoso cocinero que al perder su trabajo decide dejar atrás los grandes restaurantes que le dieron fama y fortuna para administrar un Food truck con su hijo. Y es ahí, lejos del glamour de estar bajo los reflectores, donde este chef encuentra nuevamente la razón por la cual empezó a cocinar, reencontrando el amor que lo llevó a dedicarse a dicha profesión.
Volviendo a sí mismo con una pequeña obra maestra que era puro corazón y cero pirotecnia, recordándonos que detrás de ese cineasta que con su genio hacía aún más millonario a Disney (amén de que posteriormente se dio el lujo de crear The Mandalorian, quizá el único producto de Star Wars en los últimos años que nos hace creer de nuevo en dicho universo), existía ese hombre libre que desde el principio sólo tuvo una motivación: contar sus historias.
Y ser feliz.
Y que te paguen por ello, por compartir esa felicidad.
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