Casa Marie José y Octavio Paz: Un museo para el lenguaje
Museos
Eduardo Pineda
En la calle Felipe Carrillo Puerto 445 de la colonia Tacuba en la Ciudad de México se sitúa una casona que recientemente fue habilitada como museo para exhibir la obra del ilustre escritor mexicano Octavio Paz y de quien fuera su esposa, la artista Marie José. Con la vocación de conservar y difundir el legado del primer escritor mexicano galardonado con el Premio Nobel de Literatura, en 1990, el recinto da cobijo a un extenso acervo que reúne documentos, fotografías, obra artística, artículos personales y menaje de casa, también guarece la biblioteca personal de Octavio Paz.
Desde su inauguración en el cercano 2023, la casona abocada a reunir todo aquello que nosotros, los lectores de Paz, queremos conocer de él, ha presentado exposiciones, talleres, conferencias, lecturas en voz alta de su obra, conferencias y presentaciones de libros. Este nuevo museo permanece abierto para que el público propio y extranjero que pasea por el majestuoso centro histórico de la capital mexicana conozca a fondo la vida y obra del insigne letrado que marcó una época en la literatura de nuestro país y del mundo de habla hispana.
Recordar, por ejemplo, el análisis desmenuzado del mexicano como ente-objeto de estudio que quedó plasmado para la posteridad en “El laberinto de la soledad”, donde Octavio escudriña en los recovecos de la historia de nuestro pueblo que, como él dice, no termina de entenderse a sí mismo, carece de identidad y permanece en un limbo entre ser conquistado y conquistador, entre chingar o ser chingado. O en “Piedra de Sol”, donde poetiza de forma magistral y circular, como vemos en su principio y final:
“Un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo”
La poesía tiene una connotación atemporal, inespecífica, intangible y vaporizada. La poesía no se puede datar, no se puede ubicar, es indeterminada, es agua entre las manos que al menos deja su humedad como huella. La poesía transita de un estado a otro sin fases, sin pasos, sin una enumeración determinada, es una humedad de siglos, una mancha en la pared, un taciturno eco en las bóvedas, es una telaraña en los techos altos, una nota borrada de la partitura de la memoria, pero cuyo vestigio permanece en la inquietud de las mentes poco racionales. Es una migaja que aún está en el horno, no perece, no se funde, no se carboniza, pero está en el horno, se salva de las brasas del tiempo por su estado intangible, se salva del comensal porque se difumina con su entorno; se pierde, no se ve, pero está ahí, en el horno: contempla otras cocciones, contempla otros procesos, pero a ella no le ocurre ninguno por más que pase el tiempo.
Para Octavio Paz era más hermoso, además de ensayar respecto a una parte de la realidad problematizada, poetizar el problema; tal vez porque la poesía rompe la barrera del tiempo y se asienta so pena de los lectores, se encapsula en sí misma y se escudriña sólo bajo la apreciación artística; el ensayo en cambio es presa de los estudiosos y de los estudiantes, sin menoscabarlo, pero el ensayo se puede subrayar, tachonear, sobrescribir y discutir como la opinión de un autor; mientras que la poesía se aprecia cual obra de arte que es y se estudia bajo la apreciación estética y no sólo discursiva.
De manera que trascender el tiempo desde la poesía es un legado para los hombres que no se confían a su memoria; el trabajo de Octavio Paz es precisamente ese, develar el tiempo sobre la obra escultórica de la poesía acerca de las ideas que fundamentarían un ensayo.
Paz, es, el escultor del tiempo con la roca del ensayo y el cincel de la poesía. Podemos asegurar, parafraseándolo, que gracias a él, por fin, México es contemporáneo de todos los hombres y de todos los tiempos.
Y hoy, su obra, toda, ya reunida, está a la vista, cerca de sus lectores, ahí en la casona de Tacuba, ahí, en el centro de la ciudad, ahí, en el centro de nuestras vidas.
contacto: eptribuna@gmail.com
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