La danza poética de Pina Bausch: “Café Müller”

RODOLFO MELÉNDEZ SÁNCHEZ

TEATRO

 

 

Para Dani. 

 

“El movimiento nunca miente. Es un barómetro que revela el clima del alma a todos los que lo pueden leer” (Martha Graham).  

El movimiento es un espejo que refleja el miedo, la ira, la felicidad, la tristeza y un sinfín de emociones más. Sería irresponsable decir que el movimiento es simple y llanamente el acto de moverse. En su obra “Café Müller”, Pina Bausch hace de este espejo un poema en sí mismo, por medio de la unión de la danza y la puesta en escena de una obra de teatro. 

Una mujer se desliza entre puertas de cristal, tímidamente busca el espacio entre sillas de madera que golpean sus pies descalzos sin herirla. Su camisón de seda es un espectro que avanza, retrocede y, al final, choca. Un golpe seco contra las puertas de las que salió marca el inicio de la obra. 

El escenario representa un café con un gran número de sillas desperdigadas alrededor. Los bailarines, hombres y mujeres, entran al escenario y comienza la metáfora. Se mueven a través del espacio; algunas sillas los ven y, aun así, chocan con ellas. Hacen movimientos que sabían que debían evitar, chocan y se lastiman, pero no se sorprenden. El escenario es la vida misma, y el movimiento, el fracaso y la resiliencia. 

La repetición se utiliza como un recurso para enfatizar la tensión emocional en el espectador. No podemos evitar pensar que se están lastimando en esa aparente lucha interna que tienen los bailarines contra sus propios cuerpos, una lucha que es más visible en las interacciones entre hombres y mujeres. Un hombre aparta las sillas para que la mujer pueda avanzar sin tropezar, pero el orden es imposible de mantener. La mujer no sólo lucha contra los obstáculos que el hombre es incapaz de apartar, sino que se lastima en la búsqueda de su propia independencia, aunque aun así prescinde de la ayuda de su compañero. 

La música de Purcell, tan dulce, tan melancólica, es el contraste perfecto para la crudeza que transmiten los movimientos de los bailarines. Se hace latente una tensión que incomoda, que pide dejar de ver cuando los ojos son incapaces de obedecer. La tensión se convierte en un diálogo entre lo físico y lo emocional, donde el cuerpo se convierte en el vehículo principal para expresar lo indecible. 

El trabajo de Bausch en “Café Müller” no es simplemente una coreografía; es una meditación sobre el dolor, el amor y la resistencia a éstos. A través de sus movimientos, nos invita a reflexionar sobre nuestras propias luchas, nuestros miedos y nuestros deseos. 

“Café Müller” es una obra interesante, pero difícil de ver. Hay tantas lecturas que se le pueden dar a una obra que carece de diálogos. Los actores nos hablan a través del músculo, del crujir de los huesos, de la piel que se golpea contra el suelo y del escenario teñido por el sudor y el desorden. Su obra es tan simbiótica con el propio espectador al ser una fiel representación de la lucha del cuerpo contra “el espacio”. 

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