Cineclub: Luz… cámara… ¡Y amor!
CINE
Agustín Ortiz
Pocos amores más intensos y devotos que el de los padres por sus hijos.
Y pocos puentes más efectivos y reales que el que proporciona el amar.
Cuando un día el crítico de cine canadiense David Gilmour (1949) empezó a notar que su hijo Jesse empezaba a fallar en la escuela y a retraerse de la vida, de su amor por el cine surgió un plan: Jesse podía dejar la escuela, sin tener que buscar un trabajo con el cual encontrar provecho o algo que hacer en sus días (pero si debiendo de las drogas) a cambio de que, junto con su padre, viera tres películas a la semana, tres películas seleccionadas por su progenitor que de una u otra forma contuvieran lecciones de vida que quizá el padre hubiera fallado en comunicar al hijo pero que el cine podría servir para mostrarlas.
Y lo que podría parecer inicio de una película de Hallmark acabaría convirtiéndose en uno de los libros esenciales para cinéfilos y no tanto, uno que, a medio camino entre el manual de autoayuda y la crónica de un hombre y su amor por su hijo y el cine, es hoy obra de culto que no ha dejado de enternecer y asombrar a sus lectores.
Así, lo que se propone Cineclub (2007) es narrar la historia de un padre reencontrándose con su hijo y transmitiéndole su amor por la vida y el celuloide a través de una serie de clásicos (y no tanto) que sirven de recomendación de algunas de las joyas del séptimo arte: Desde cumbres como Ciudadano Kane (1941), Los 400 Golpes (1954) y Rocky (1976), pasando por lo cutre de culto en Showgirls (1995) y Bajos Instintos (1992), conviviendo con el éxtasis de un Gene Kelly gozoso en Cantando bajo la lluvia (1952); aquí se agradece además de la recomendación el ser testigos de una historia de amor filial que tiene en el cine una proyección perfecta donde todo arte y error encuentra su sublimación en la sala obscura, volviendo las idas, venidas, dudas, recaídas, blues amorosos y lecciones de vida entre padre e hijo, en una especie de manual de autoayuda de alguien que, pretendiendo sólo ayudar a una persona acaba convirtiéndose en entrañable manual de instrucciones de la vida encontrando su reflejo en el arte.
Y pocas historias más cliché, en la vida y la pantalla, que la del padre salvando al hijo.
Una historia, a fin de cuentas, de amor.
Y aquí la clave puede estar en aquella escena de Nido de ratas (1954) donde Marlon Brando, en quizá su momento más tierno, recoge el guante de una angelical Eva Marie Saint.
O en el número de escalones que tiene que caminar Cary Grant en la magnífica Notorious (1946) de Hitchcock.
Y la lista sigue como sigue la vida misma en esta gloriosa carta de amor de un padre a su hijo donde en el celuloide ellos se reencuentran.
Y nosotros al leerlos.
Y en escena post créditos una vez cerrado el libro: David Gilmour ganaría, acabada esta educación sentimental y habiéndola entre loas y admiración, el premio literario más importante de Canadá mientras que Jesse volvería a las aulas, graduándose y decidiendo dedicar su vida detrás de la cámara.
Y a ser feliz.
Como nosotros al leer Cineclub.
Nunca un libro clamó tanto por ser adaptado.
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