El amor como fundamento de la civilización: del Amor Caballeresco al desencanto moderno por el amor

LA CAVERNA 

Miguel Campos Quiroz 

 

 

El fundamento de la civilización es el amor. Si así no fuera, las cosas que hacemos las haríamos porque sí, y no por amor, y si tampoco amáramos a las personas que nos rodean (por lo menos a algunas), viviríamos en el salvajismo más completo, pues no nos importaría nadie, ni nos preocuparía dañar a nadie. Pero como éste no es un mundo nihilista ni vacío de sentido, ni mucho menos gobernado por el caos, a pesar de que no pocos pseudofilósofos quisieran convencernos de que lo es, el amor en sus diferentes manifestaciones es la base de nuestro mundo y de nuestras interacciones humanas, por muy diluido que nos parezca en nuestro automatizado diario vivir. 

Ya desde el momento en que hablamos de que el cristianismo es el fundamento de Occidente, debiera entenderse que en la base de nuestra cultura está una enseñanza basada en el amor, aun cuando a primera vista esto no nos parezca ahora, de hecho, tan evidente. Y, sin embargo, en buena medida el concepto actual que tenemos del amor proviene de allí, incluido el que hoy conocemos (coloquial y erróneamente, por cierto) como «amor romántico», ese que se da entre un hombre y una mujer y que tantas poesías, tanta literatura, tragedias, óperas, mitos y películas ha originado en nuestra cultura. 

Desde luego, el concepto de Amor en nuestra civilización ha evolucionado mucho durante varios siglos. 

Obviando ciertos tratados eróticos y sobre «artes amatorias» que se produjeron en las civilizaciones de la antigüedad pagana, tanto en Occidente como en Oriente (aunque ciertamente tuvieron resonancias en ciertos géneros posteriores de literatura satírica tanto medieval como moderna), el amor en su sentido «espiritual» ha estado presente en la literatura a lo largo de los siglos, y lo encontramos en el «amor caballeresco» de las novelas medievales de paladines. En ellos abundan las historias sobre héroes que compiten por ganar el amor de una damisela, y que son capaces no sólo de ir a la guerra contra otras naciones de infieles, sino que salen en busca de dragones y monstruos fantásticos de todo tipo a los cuales vencer, no ya por ser correspondidos por su amada, sino a veces tan sólo por obtener una mirada condescendiente de ella. En no pocas de tales historias, cuando los caballeros han conseguido finalmente el amor de su dama, el interés que sentían por ella desaparece, porque descubren que no la amaban a ella, sino que en realidad estaban enamorados de un ideal, de un ser casi divino que sólo existía en su imaginación y en sus sueños. Desde luego, la «Dulcinea» de Don Quijote es un eco de ese amor caballeresco, puro y platónico, que ha pasado a la inmortalidad gracias a la magistral pluma de Cervantes. 

Otras historias versan sobre el amor imposible, sobre obstáculos a ese sentimiento que desembocan en tragedias debido a ancestrales antagonismos nacionales o familiares. De esto último, es sin duda la obra de Shakespeare «Romeo y Julieta» quizá el más célebre exponente. 

También los autores del Romanticismo tuvieron su propia visión del amor, una más teñida de tintes oscuros, tratando muy a menudo temas como la pérdida y el amor más allá de la muerte, amores de ultratumba. Heredadas de esos escritores románticos, encontramos resonancias de tales temas en las obras del maestro del terror: Edgar Allan Poe. 

Y es así como, a través del arte, del pensamiento, y sobre todo de la narrativa, el concepto del amor en el mundo occidental, si bien siendo siempre en su esencia el mismo, ha evolucionado y se ha complejizado, sin llegar nunca a ser real y satisfactoriamente definido. 

Hoy, las llamadas comedias románticas son uno de los géneros más populares y socorridos tanto en cine como en televisión, y no hay prácticamente ninguna gran producción de Hollywood, ya traté sobre guerra, sobre fantasía, o sobre viajes al espacio, que no tenga como trasfondo un romance o una relación amorosa. 

Por su parte, la modernidad y la ilustración, a través de sus ciencias naturales y de la mente, ambas de base materialista, también trajeron consigo sus propias opiniones acerca de lo que es el amor. Es en esta etapa del pensamiento en Occidente cuando, por así decirlo, comienza la crisis de sentido que llevó a las mentes más «modernas, progresistas, científicas, ilustradas, y despiertas» a abandonar todas las antiguas mistificaciones sobre el amor y otros valores del corazón humano, vanalizándolos cínicamente y negando en ellos toda dimensión espiritual y trascendente, con todo el desencanto que ello conllevó para la posteridad. Así, las ciencias naturales postulan que el amor propio del enamoramiento y su contraparte el desamor, no son más que un conjunto de dinámicas de atracción y repulsión que son a su vez el efecto de reacciones químicas y eléctricas en el cuerpo y en el cerebro; y a su vez, muchas de las llamadas «ciencias de la mente» no han perdido la oportunidad de sentenciar que eso que llamamos amor (sea del tipo que sea) obedece a los meros apegos y a la costumbre como mecanismos para defendernos de la inseguridad y de la soledad, y otras cosas semejantes, según la corriente psicologista de la que hablemos. Desde luego, quienes creemos en la realidad del alma y en su dimensión trascendente, rechazamos tales opiniones materialistas, que son postuladas por los mismos que siempre han querido convencernos de que el hombre es hijo del lodo primordial y que fue creado por el mero capricho del azar y del caos. Tales opiniones nos parecen visiones febriles creadas por la locura del desencantamiento del mundo, y nada más que monstruos creados por el sueño de la razón.  

Tema aparte son aquellas opiniones según las cuales, el amor entre un hombre y una mujer, y por extensión el matrimonio y los hijos (en una palabra, la familia), no son otra cosa que una forma de dominación patriarcal, que serviría para no otra cosa que perpetuar las relaciones de poder y de producción «capitalista-esclavista» a través de las posesiones, las jerarquías, la descendencia y la herencia, y que por tanto tales cosas deben ser abolidas. Semejantes opiniones y otras majaderías por el estilo proferidas cínicamente por los materialistas y por los marxistas, que no saben ver más que fealdad en la belleza, no son en el fondo más que visiones de miseria pesimista y nihilista, y por lo tanto son carentes de sustancia y de toda esencia; son ellas una manifestación de la devoradora «Nada» de Michael Ende, la cual, con toda su fuerza destructiva, arrasa a su paso con todo aquello que es bello y bueno en el mundo, incluyendo nuestros más preciados y queridos valores que han sido por siglos el cimiento de nuestra civilización occidental, actuando así al servicio de las agendas ideológicas de aquellos que buscan destruirla, y dejando tras de sí sólo desolación y vacío de sentido. 

No caigamos en esas visiones; sea lo que sea, el amor existe y es algo real más allá de nuestro entendimiento mundano. Y sabemos que es real porque lo sentimos. 

 

 

camposquirozmiguel@gmail.com 

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