Carretera a Tehuacán

La 14 Oriente, tramo que va de la 16 Norte al bulevard 5 de Mayo de Oriente a Poniente. Una pequeña tira de 4 calles que hasta los noventas tenía un sentido de vialidad contrario al actual.

Era el inicio de la carretera a Tehuacán, Antiguo Camino a Veracruz, en El Barrio del Alto.

La 14, autopista particular; la Santa Cruz, la catedral del barrio; la Cruz Roja, la Beneficencia Española de los ñeros; y la Acocota, sí, la Acocota, el espacio de carne y piedra donde hacen simbiosis el atole, el taco placero con huevo y el hambre del transeúnte.

Por acá pasan los de Amalucan, vienen los de Colombres, pasan a toda velocidad los de Xonaca. Todos para el centro. Todos en el micro. En la colectiva resignación de ir en bola. De volada bajando por la 14 oriente.

Los niños de antes, no sé los de ahora, se decían entre sí al mirar el letrero de la mentada “carretera”:

 

-¡Esta calle me lleva a dónde venden los chescos para las cubas de mi abuelo el soldado…! ¡Ahí dice!

– No seas güey, por esta calle sólo están los Jarritos y después Sabritas.

 

Al ver ese letrero, otros se imaginaban no más de tres calles fuera del universo del barrio. Lejos de las calles empedradas, apartados de esas palmeras mudas, en los límites de la ciudad.

Seguro que allá, en esos lares, no habría tantas goteras ni pobreza.

Lejos del cuadrilátero barrial sólo está lo desconocido, acaso la nada.

Antuan, un pinche chamaco de esos del barrio,  dibuja mar, arena, nubes y lo que parece un barco. Todo del mismo color. No hay pa’ más. Sus dibujos van en una hoja de papel rayada de esquina a esquina. Sus manos mugrosas acompañan al niño y al dibujo a vender cada hoja pintada en cinco varitos. Son sus obras, sus primeros dibujos pintados debajo de las palmeras. Le ofrece sus dibujos al mecánico, a la de la tienda, a los policías y al joven viejo triste de la fondita de la 14 que para variar  no ha vendido nada. “¡Que jodido esta esto!”

Por acá todo parece una fotografía vieja. Más cuando no pasa un solo automóvil. Una fotografía de otro tiempo donde se pueden ver muchos Pablos, pregoneros de mercancías por todos lados, gente con la mirada en el atardecer del volcán. Gente y sólo gente que camina mil calles vendiendo algo.

Sin embargo, el filtro de la modernidad será más poderoso. Actualmente a la gente le encantan los filtros. Acaso solo alcanzamos a mirar en la 14 una calle bien vigilada y casas remodeladas a la venta. Lo jodido es nice.

Aquí, es el universo, el ombligo de la ciudad. Fuera de acá sólo la chamba, las expropiaciones de San Francisco, la voracidad de las grandes marcas, la gula aspiracioncita clasemediera.

La ciudad, hija putativa de las cocineras, meseros, taxistas, obreros, albañiles, empleados, rara vez se mira en sus entrañas. La ciudad que se traga todo el tiempo al campo, que gusta de mirarse en el espejo del progreso, que viaja a toda velocidad.

Ahora la calle de las palmeras y Garibaldi sólo son tres calles largas con hartos policías. Todo se ha acotado. Todo silenciosamente gentrificado. Lo viejo se ve mejor pintado.

Las palmeras sobrevivientes de la 14 ya no miran pasar a Juan Pablo al Palafoxiano. Acaso miraron atónitas ver derribar al viejo pirul de más de cien años frente a la Marranera, hoy Casa Aguayo.

Si pos sí, así es el poder: se mueve, se interioriza, miente, doxifica, privatiza, cercena. Siempre quiere verse muy guapo. No hay nada que un buen baile callejero no haga olvidar. El poder no sólo se nutre de la ignorancia, el olvido y el egoísmo colectivo, también se deleita en el festejo de los que duermen, trabajan y transitan bajo las palmeras.

“¡Pinches palmeras, no dejan ver toda la belleza de Casa Aguayo. Un día de estos les toca como al pirul!” Dicen los guaruras del góber en turno.

Una calle, una carretera, un barrio, un árbol, vecindades enteras. Todo se vende, todo se compra “…en esta puta ciudad, ciudad de locos corazones, ciudad de locos corazones”.

 

 

Juan Daniel Flores

jdbf70@gmail.com

Share Now

About Author

Related Post

Leave us a reply