Cine como poesía
Poesía para no expertos
Asistir como en la vieja escuela a una sala de cine, nunca deja de ser una sorpresa. A finales de la década de los ochenta del siglo pasado me arrobó Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, con la música de Ennio Morricone; casi cada cuadro es un poema. La escena final en donde se condensan diversas tomas de “besos prohibidos” desata una constelación de sentimientos que acaban de manera inevitable en el llanto.
A principios de los años noventa aparece el Cartero de Neruda, película basada en una novela corta del escritor chileno Antonio Skármeta; en una parte inolvidable, el cartero le dice a Neruda, a propósito del uso de las metáforas: “las palabras no son de quien las escribe, sino de quien las necesita”. Así es: la poesía es nuestra porque la necesitamos; así es: el cine es nuestro porque lo necesitamos. En esa cinta el tango (Por una cabeza) que bailan Neruda y Matilde es otra manifestación de la poesía imbricada con el cine.
No en balde Luis Buñuel llamó al cine “instrumento de poesía, con todo lo que esta palabra pueda contener de sentido libertador, de subversión de la realidad, de umbral al mundo maravilloso del subconsciente”. Percibo una relación de ida y vuelta entre la poesía y el cine, es decir, el cine como la manifestación de la poesía, y ésta teniendo al cine como una inspiración ahora natural. Como una muestra les dejo este poema de Rafael Alberti:
-Del cinema al aire libre
Vengo, madre, de mirar
Una mar mentida y cierta,
Que no es la mar y es la mar.
-Al cinema al aire libre,
Hijo, nunca has de volver,
Que la mar en el cinema
No es la mar y la mar es.
También el cine ha provocado poemas de un erotismo especial, como son estos versos de Jaime Sabines en Los he visto en el cine:
Los he visto en el cine,
frente a los teatros,
en los tranvías y en los parques,
los dedos y los ojos apretados.
Los he visto quererse anticipadamente, adivinando
el goce que los vestidos cubren, el engaño
de la palabra tierna que desea,
el uno al otro extraño.
Es la flor que florece
en el día más largo,
el corazón que espera,
el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.
Edmond Rostand es el autor de Cyrano de Bergerac, obra de teatro llevada al cine en diferentes ocasiones (mi favorita es la película que protagonizó José Ferrer); en la escena final Cyrano dice un poema que recuerdo siempre como la muestra de un amor en donde el cine y la poesía viven un romance del cual nosotros somos testigos y actores:
¡Que nadie me ayude!
¡Nadie! ¡Ya viene!
Ya puedo sentir sus brazos de mármol, su aliento de hilo.
¡Muy bien, dejad que pase esa vieja amiga!
…
Me habéis arrancado todos mis laureles y mis rosas.
Mas, a pesar de todo, hay una corona que me llevo conmigo.
…
algo que siempre fue mío
y ello es… mi blanca pluma.
Cuando vamos a una sala de cine o vemos una película en la casa, un diálogo nos hace estar ahí en medio de la película, algo así como en La rosa púrpura de El Cairo, de Woody Allen, y somos parte del arte poética que es el cine.
Luis Antonio Godina
Twitter: @lgodina
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