Colaboración de nuestros lectores
Robinson Quintero Ruiz, poeta, cuentista y novelista, nos escribió desde Barranquilla, Colombia, donde lee “Sibarita La Revista”, y nos solicitó publicar algunos de sus textos. Nos envió por ahora estos dos que con gusto incluimos en el presente número, enviando un saludo cordial a los hermanos colombianos.
EPÍSTOLA PEREGRINA PARA UN DÍA DOMINGO (Carta que Theo Van Gogh nunca envió a su hermano Vincent en su ayuntamiento en Auvers, 18 de julio de 1890)
Ya sé que hay cosas que te aquejan, triste hermano mío. Ya sé que a veces retorna a ti el dulce aroma inmigrante de las palabras que hacen de este mundo un abismo profundo. Ya sé que hay pasos como huérfanos pájaros de vidrio que hacen de tu soledad una elegía.
Aquí está el inventario de lo tuyo, cada recuerdo como una señal en el alba que te arroja una luz unida a la ausencia. Aquí continúa este solemne espacio donde la realidad es otra, donde se esconde el oficio de interpretar lo que no tiene límites. He aquí esta añoranza; este levitar de las visiones, este vértigo innombrable que te ha hecho posible.
Ahora vivirás en virtud de otras soledades, en la estación más breve de todos los adioses, en mitad del reflejo de una sombra de agua, vagando en un sendero cruzado de voces; que celebran rituales de elogio para la infinita naturaleza de tu belleza, que es el único milagro de este mundo en ruinas.
EPÍSTOLA PARA EL COLOR DE LOS DÍAS (Carta hallada en el bolsillo de un gabán, escrita por Julio Cortázar a Margoth Valberde desde París en enero de 1984)
Ahora que mi voz es menos canto, pero sí más atardecer. Ahora que voy de viaje con las remembranzas más usadas. Ahora me siento libre de culpas y materia de afanes. Mi razón de vivir no es la más ventajosa ni la más certera, pero tampoco es nula. Contémplame alucinado por los lugares que no he visto, mendigando un trozo de noche oscura, sin ser ese que te ama en la dulce distancia.
Tal vez, estas palabras digan algo, hoy que el mundo se escapa en mis frases como si fuera humo, como si fuera agua. Quizá alguna tarde de otro cielo, venga al natural hasta tu boca y sea hielo, luna y otoño y comparta un café o un cigarrillo frente a una ventana del tiempo bajo la sed de otra especie de viento. A veces, se me ocurre que soy sólo una de tus sencillas invenciones, una rayuela o un árbol al lado de un río; pero sé que estoy condenado a ser parte de tus recuerdos.
Vivamos, cada quien por su lado, la muerte en un solo instante.
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