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Cuando el cine consagró a un rey

CINE 

Agustín Ortiz 

 

 

Stephen King es un GRAN escritor. 

Así, con mayúsculas. 

Así, sin de terror. 

De entrada: Cuesta a veces creer que sólo una mente pueda cambiar siglos de historia de una manera tan sísmica como continua, entreteniendo al mismo tiempo que reinventando mitos que bien pueden ser el vampiro (El misterio de Salems Lot), las casas embrujadas (en su obra maestra El Resplandor, además de quizá la gran novela sobre la desintegración de la familia nuclear), los payasos siniestros (It) y esa idealización a la adolescencia que a muchos ha consumido (Carrie). 

King lo hizo. 

Y lo sigue haciendo. 

Y si, daba miedo, mucho, pero más que ello lo que se disfrutaba era que estuvieran no sólo tan bien escritos sino cómo el terror se convertía, bajo la pluma de King, en un caballo de Troya donde temas como la gentrificación, el fascismo, el alcoholismo y demás caras obscuras de Norteamérica, cabían y eran moldeadas tomando a los monstruos como una metáfora, sintiéndose más cercanos, más directos y por ende más aterradores. 

El monstruo venía de la calle, el castillo quedaba atrás. 

Y sí, había millones de ejemplares vendidos, adaptaciones cinematográficas y #1 en los más leídos por el New York Times; la gente amaba a King y siempre lo recomendaba. 

A ese gran escritor… 

De terror. 

Y nada dolía más a King y fue justo en medio de ese hartazgo de ser considerado menor, que decidió alejarse un rato de lo conocido para atreverse (apoyado por sus agentes, que le advertían pronto sería dado de baja como escritor serio por ser de terror) a escribir sobre lo humano desde una mirada que muchos no lo conocían: tierno, esperanzador y -sorpresa- aterrador, recurriendo sólo a escribir sobre la condición humana y sus posibilidades. 

Dándoles a sus historias lo mismo que el se estaba permitiendo. 

Posibilidades. 

En 1982 se publicó Las cuatro estaciones, conjunto de 4 novelas cortas (con la primavera, verano, otoño e invierno como guías) que independientemente del escenario había en ellas alta literatura, historias que se leían como pequeñas obras maestras, ya fueran sobre una prisión temible, cuatro amigos buscando un cadáver como rito de entrada a la edad adulta, un joven brillante que descubre, con más admiración que horror, que su agradable vecino fue uno de los nazis más temibles durante la segunda guerra mundial, y un parto donde todo sale más escalofriante de lo que debería. 

Y el libro llegó al número uno de las listas, pero los fans estaban desconcertados: ¿Cómo era posible que alguien tan bueno en lo que hacía decidiera experimentar así? Así, Las cuatro estaciones casi de inmediato fue relegado por los lectores como una rareza que se debía perdonar a alguien que les había dado tanto, al grado de que cuando King publicó al año siguiente Christine, los fans se rindieron en loas ante el regreso del gran maestro del terror. 

Fue el séptimo arte el que se encargó de poner las cosas en su lugar. 

Porque fue el cine el que iluminó que ahí estaban 3 obras maestras que al pasar al celuloide se convirtieron en clásicos imbatibles: Rita Hayworth y la redención de Shawshank se convirtió en Sueño de Fuga (1994 y que ha ocupado el número uno como mejor película de la historia en imdb.com desde hace más de 20 años), El cuerpo en Cuenta conmigo (1986, una de las cintas más emotivas de las que se tenga memoria y que consagró a Rob Reiner como el director de los años 80’s), y El aprendiz, quizá lo más duro y obscuro que ha hecho King, en la cinta homónima (1998) que descubrió al gran público el genio actoral de Ian McKellen. 

Nada mal para un escritor de terror. 

Pero algo natural para ese gran contador de historias. 

Ésas son eternas. 

No importa el medio. 

 

 

 

joseagustinortiz86@gmail.com

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