Del Netotiliztli al Waaking

La danza es un lenguaje universal que va más allá de las palabras y se convierte en una expresión pura del ser. Para mí, bailar es sumergirme en un mundo de emociones y sensaciones, liberando mi espíritu a través del movimiento. Es una forma de comunicación auténtica y visceral que me permite conectarme conmigo mismo y con los demás de una manera profunda y significativa. 

                                                                                                      Rodrigo González (Roco), bailarín urbano  

                                                                                                                                    

La danza, tema que nos ocupa en esta ocasión, dista mucho de ser una entelequia en cualquiera de sus formas, porque es real, verdadera, sublime, apasionante y adictiva. Vista a través de la mirada tanto de bailarines o danzantes, como de los espectadores, a los que se les ofrece el mejor espectáculo en cada una de las escenificaciones artísticas, la danza se prepara con meses, incluso años de trabajo, para que tan sólo en una o quizá dos horas la puesta en escena termine, dejando la adrenalina hasta su máximo nivel para empezar con otro nuevo espectáculo. 

La danza existe desde que el hombre es hombre. En la cultura mexica había dos formas de hacer danza: el macehualiztli y el netotiliztli, este último propiamente de regocijo, de diversión, que se bailaba en cualquier festejo para placer de todos los sentidos; no así el primero, que llevaba toda la solemnidad de lo sagrado, de la penitencia, de la ofrenda, en ese binomio socio-religioso que enmarcaba el sublime misticismo de esta civilización tan fascinante. 

Afortunadamente, en varias regiones de nuestro país podemos observar el mazehualiztli ejecutado de manera natural por las personas de las comunidades indígenas. Un claro ejemplo, por citar sólo una de los cientos de danzas que aún perduran, es la danza de los voladores de Cuetzalan, allá en la hermosa Sierra Norte del estado de Puebla. Esta danza, que es una ceremonia ligada al temporal de lluvia, inicia con el perdón. Los danzantes, junto con el caporal, deben ir en busca del árbol más alto que servirá como el palo de los voladores, pero antes de cortarlo deben pedir permiso y ofrecer perdón a la madre tierra para poder llevárselo.  

Ahí empieza la ofrenda, y termina en el momento en que los voladores-danzantes, literalmente ponen los pies en la tierra, volviendo a su realidad después de haber estado girando de cabeza 52 veces dibujando un círculo en el aire, a una altura de más de 25 metros y atados únicamente por la cintura a la manzana, que es el diámetro del tronco donde el caporal baila mientras interpreta la danza con un pequeño tambor y su acatapitz (flauta de carrizo). 

Entre voladores, negritos, santiagos, toreadores, huahuas, quetzales, acatlazquis, tejoneros, tecuanes, chinelos, tlacololeros, pescadores, diablos, zancudos y un largo etcétera, la danza vive en cualquiera de sus manifestaciones. Pasando por el danzón, el chachachá, el twist, el rock and roll, la salsa, la cumbia, hasta los estilos actuales de baile urbano que se destacan como una forma de expresión moderna y dinámica que surge de la cultura de la calle y la música popular: hip-hop, breakdance, locking, popping y waacking,  

Todas estas maneras de expresión artística le dan a la danza un sentido de gloriosa epifanía que la sitúan como la más importante de las bellas artes, seguida de la cinematografía, pues conjuga música, maquillaje, indumentaria, actuación, escenografía, baile, escenificación, investigación y, lo más importante, la catártica manifestación de todos los pensamientos y emociones que resguarda un ser humano en lo más profundo de su ser. ¡Qué viva la danza, siempre! 

 

 

Éricka E.Méndez Ortega 

@eryelmeor@gmail.com 

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