“Don Quijote” y la comida

La austeridad, es muy sabido, es una de las mayores virtudes del ser humano. En todo. Según una leyenda, una vez Sócrates fue a una feria donde se exhibían multitud de cosas para comprar. Alguien, al ver el rostro asombrado del filósofo ante tal abundancia, le preguntó qué le parecía, y él repuso: “Me doy cuenta de cuántas cosas no necesito.”

Y en el comer  la austeridad, dados los muchos problemas que la gula (no en balde pecado capital) acarrea en la salud, es una de las virtudes mejor valoradas.

De esto trata en varios pasajes la inmortal novela de Miguel de Cervantes Saavedra “Don Quijote de la Mancha”.

Recordemos, por ejemplo, los consejos que  en el capítulo XLIII (Segunda Parte)  Don Quijote le dio a Sancho Panza cuando éste iba de gobernador a la ínsula Barataria:

“Come poco y cena más poco, que la salud del individuo se fragua en la oficina del estómago.

”Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secretos ni cumple palabra.

”Ten en cuenta, Sancho, de no mascar a dos carillos, ni de erutar delante de nadie.”

El propio don Quijote predicaba con el ejemplo, según nos lo hace saber su autor desde el inicio (Capítulo I, Primera Parte), al describir en qué consistía su dieta (lo que de paso nos da una pista sobre la gastronomía de la cocina manchega):

“Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas lo viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.” (Una aclaración oportuna: “salpicón”, en ese caso, era una mezcla de trozos de pescado, o de carne, aderezados con otros ingredientes;  “duelos y quebrantos” eran otra mezcla, sólo que de huevos revueltos con chorizo y tocino.)

Pero la enseñanza del Quijote no sólo se refiere a la austeridad, que   redunda en salud, sino que además hace ver la comida como una necesidad del cuerpo, más que como un alarde vanidoso de buen comer, lo cual está ligado necesariamente con abundancia y lujo.

Uno de los pasajes más significativos de esta visión es cuando él y su escudero, Sancho Panza, son engañados por unos cortesanos  y unos actores de la legua, haciéndoles creer que de verdad llegaron a un castillo. Los duques  que ahí mandan hacen alarde de desprendimiento y derroche en los banquetes, lo cual desdeña Don Quijote, siempre dispuesto a anteponer la aventura, la protección de los desvalidos o el recuerdo de Dulcinea, a satisfacer el hambre.

En contraste, Sancho, un rústico que no entiende de buenos modales en el momento de sentarse a una mesa para comer, prefiere aislarse y disfrutar un buen trozo de queso o de jamón y una bota de vino, dejando en claro, él sí, que comer además de necesidad es placentero.

Esta gran novela, como muchas otras, en diversos momentos traza algunas líneas acerca de las costumbre alimentarias que existían hacen siglos en torno a una mesa de la corte, de una venta, o a la intemperie en el campo.

Pero quizá la mayor enseñanza quijotesca es la austeridad recomendada a Sancho Panza.

Consejo que coincide con una vieja frase que alude a lo mismo: “Desayuna como rey, come como príncipe y cena como mendigo.”

Buen apetito y buen provecho, y de paso disfruten de este libro inmortal que hoy recuerdo y recomiendo.

 

 

Miguel Campos Ramos

camposramos@outlook.es

Twitter: @miguelcamposr15

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