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El arte de fragmentar: Saul Bass en el cine

CINE 

Agustín Ortiz 

 

 

Anatomía de un crimen, Vértigo, El hombre del brazo de oro, Buenos muchachos, Psicosis, Espartaco… 

Clásicos del cine, distintos entre sí, pero unidos por una mirada. 

Porque si de algo pudo jactarse el legendario diseñador Saul Bass (Nueva York, 1920-1996) es de haber estado ahí: esos trazos angulosos, esos cuerpos fragmentados y esa manera de mostrar el título de la película donde parecía que las letras se lanzaban hacia el espectador, estilos que hoy son casi cliché dentro del séptimo arte, surgieron por primera vez del genio de un chico del Bronx que, habiéndose curtido en el mundo de la publicidad en los años 40, irrumpió en el cine para revolucionar la manera no sólo de hacer cine sino de cómo vender el cine. 

Porque, lejos del estilo clásico que se tenía en ese entonces a la hora de mostrar a través de una imagen estática, separada de la película, una idea que meramente servía de presentación, Bass se encargaba de convertir ello en algo que generaba expectativa sobre lo que se iba a ver, fundiendo la imagen en la sala obscura, como una invitación ineludible a la hora de saber qué esperar de la gran pantalla. 

“Intenta lograr una frase simple, visual, que te diga de qué trata la película y evoque la esencia de la historia” solía decir, como una manera de explicar el origen de su magia. Uno comienza a ver esa obra maestra llamada Vértigo (1950) para darse cuenta de que el hombre vivía su genio, pudiéndose poner al tú por tú con ese genio Alfred Hitchcock a la hora de narrar a través de la imagen los abismos de obsesión que envuelven a su protagonista, convirtiendo esos primeros minutos no sólo en una presentación sino en una promesa de lo que vamos a ver. 

Habiéndose retirado a mediados de los años 60 para dedicarse a su familia (junto con su esposa Elaine, compañera de vida y colaboradora esencial en su trabajo), el genio de Saul fue redescubierto por Martin Scorsese a mediados de los 80. Scorsese, como buen amante del cine, había crecido intrigado y fascinado por ese arte que acompañaba algunos de sus más queridos clásicos, y decidió unirse a él a la hora de perfeccionar los legendarios inicios de Cabo de Miedo (1991), Buenos Muchachos (1990) y Casino (1995), su último trabajo en el cine, legando su trabajo a nuevas generaciones e influyendo, de paso, en todo lo que vino después en la pantalla grande y chica en cuanto a cómo capturar el interés del espectador desde el inicio, con esos créditos y letras que te decían todo lo que tenías que saber y esperar. 

Un trabajo, una influencia tan ineludible que quizá encuentre la mejor explicación de su permanencia en el cortometraje animado Why Man Creates, dirigido en conjunto con su esposa Elaine y ganador del Óscar en 1968 (además de contar con un muy joven George Lucas como asistente en la dirección), donde vemos, desde el origen del hombre, el crear como una necesidad para ser, para reconocerse y expandir su identidad. 

“Yo soy” como llamado a las armas, “Yo soy” como origen. 

Y Saul lo fue. Y sigue siendo. 

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