El arte ¿sin sensibilidad?

Todos los seres humanos tenemos la capacidad de percibir sensaciones a través de nuestros sentidos; sin embargo, no todos tenemos la capacidad de expresarlas libremente. Las razones son infinitas, pero pueden resumirse en las funciones del complejo sistema emocional que se encarga de guardar todas estas experiencias mediante el aprendizaje emocional que experimentamos desde que estamos en el vientre materno y archivamos tanto el dolor como el placer. Cada vez que tenemos una experiencia dolorosa o placentera, nuestro sistema emocional buscará la causa que lo ha producido y lo registrará en la memoria para facilitar nuestras decisiones del futuro.

Tal es el caso de la sensibilidad, capacidad a la que se le concede muy poca importancia por considerarla un elemento menor en la formación del ser humano, sobre todo en las instituciones educativas, aunque sería un error culpar totalmente a estas organizaciones sin voltear a ver todo lo que entra en juego para observar a una sociedad que se torna, cada vez, más insensible. La extrema violencia en la cotidianeidad en las calles, los videos, historias, imágenes en las redes sociales, la vida laboral que es cada vez más estresante y carente de motivación, el ambiente de abandono en la mayoría de los adolescentes, etcétera. (Aunque se puede hacer mucho para disminuir estos índices de inhumanidad, su análisis es motivo de otro artículo.)

Sin embargo, debemos voltear a ver dónde está la posible solución. Y es en las escuelas donde se encuentra la oportunidad de lograr un cambio real, pues se tiene a los estudiantes de primera mano. Entonces, es menester no formarlos en la enfermedad de la solemnidad, de la obediencia equivocada, del estudio mecánico, de la cuadratura del pensamiento. Se debe trabajar, como lo dijo Jorge Luis Borges, en el alivio que da dejar de ser nosotros mismos para darle paso a nuestro yo sensible.

Si bien ahora se está impulsando una educación básica basada en el ámbito emocional de cada estudiante, debe de abordarse no como un sentimiento de lástima, según se propone, sino como una gran brecha para retomar la humanización del aprendizaje y, efectivamente, formar docentes conscientes de su sensibilidad respecto del prójimo, del reino animal, de los recursos naturales, de la energía solar, del universo, del ecosistema, en fin, del mundo entero. Porque la sensibilidad es, precisamente, la capacidad de emocionarse ante alguna experiencia buena o mala. Sin embargo, pareciera ser que el ser humano es cada vez más indolente.

Por ello, es una tarea imposible concebir el arte separado de la sensibilidad dado que todos los artistas, sean escultores, literatos, bailarines, músicos, arquitectos, dramaturgos, cineastas o artistas plásticos, basan esta sublime profesión en la expresión de sus sentimientos, pensamientos, anhelos, emociones, pero también en sus inconformidades, temores, preocupaciones y todo el manojo de emociones que un ser humano puede guardar dentro de sí con tanto recelo para dejarlo salir sólo a través de la sensibilidad del arte.

Y artistas sensibles en este país existen en una cantidad casi infinita, porque todos tenemos algo de artistas; la tarea es descubrirlos y, lo más importante, impulsar la sensibilidad artística en las aulas escolares, pero no como un intento de lo que nunca podrá ser, sino como una oportunidad real de fomentar el arte y formar grandes artistas que surjan de las instituciones educativas mexicanas. Y ya sólo sería cuestión de que los gobiernos voltearan a ver el gran potencial creativo que tienen en sus ciudadanos.

 

Éricka E. Méndez Ortega

eryelmeor@gmail.com

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