El decamerón, un diseño perfecto
LIBROS
Miguel Campos Ramos
En el siglo 14, al rededor del año 1350, el italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) publicó su aclamado libro de cuentos El decamerón.
Por supuesto, hoy es un libro clásico, uno de esos libros que hay que leer al menos una vez en la vida.
Hoy imitado por muchos cuentistas, en su momento fue una obra absolutamente innovadora, tanto por su contenido como por su forma.
Sobre todo, por esto último: su forma. Es decir, el diseño que Boccaccio logró para esa obra magna; magna en dos sentidos: grandiosa literariamente, y extensa.
De entrada, se vale de un grupo de diez jóvenes (7 mujeres y tres hombres) que, huyendo de la peste que azota Florencia, se refugian en una villa abandonada, donde, acompañados de sus sirvientes, se dedican a contarse cuentos a fin de no pasarla tan mal por la obligada cuarentena.
Pero no sólo son diez jóvenes, sino que el tiempo real que pasan en esa villa es de diez días, durante cada uno de los cuales cada joven narra un cuento, esto es, en cada jornada hay 10 cuentos.
Si se hace la relación de días por el número de cuentos, en total nos da la cifra de 100.
El título no podía ser otro: El decamerón, porque toda gira en torno del número 10 y sus múltiplos.
Una estructura sin duda no sólo perfecta, sino literariamente atractiva.
Un diseño innovador para la época.
Por si esto fuera poco, el contenido de los relatos (que Boccaccio llamó “novelas”, en el sentido de “novedades”, aunque en realidad son cuentos) es otro aspecto que hace inmortal esta obra escrita por quien fue admirador y biógrafo, por cierto, de otro grande: Dante Alighieri.
En efecto, hay todo tipo de temas: desde amorosos en su forma más inocente, hasta eróticos muy candentes, sin faltar los religiosos, con frailes tramposos y dados a la molicie, en una época (plena Edad Media) que se ha considerado “oscura” y triste. Boccaccio demuestra en estos relatos festivos y desinhibidos que dicha edad no fue tan “oscura”.
Baste mencionar algunos: la historia de Alibech, una chica que, motivada por la religión, decide buscar a un ermitaño para aprender a servir a Dios; pero el ermitaño, al verla tan joven y linda, para aprovecharse de su inocencia la engaña diciéndole que el varón tiene al diablo y que la mujer tiene el infierno, y para servir a Dios no hay como meter en el infierno al maldito diablo.
O el del joven Maseto de Lamperuccia, vago y perezoso, quien con tal de no trabajar y además aprovecharse y disfrutar de unas novicias en un convento, se hace pasar por sordo y mudo.
O el del fraile que hace creer a una mujer casada que se le apreció el arcángel Gabriel y le dijo que estaba enamorado de ella, y que se iba a meter en su cuerpo para gozarla físicamente; y como ella es tan religiosa, lo acepta.
Y el del cristiano que tiene un amigo judío, del cual admira todo, excepto que sea tan austero y tan poca alegra, para lo cual lo invita a volverse cristiano. El judío acepta, pero primero va al Vaticano a ver el comportamiento de los sacerdotes y cardenales. Y tras verlos, decide volverse cristiano, y entonces se desenfrena, pues en el Vaticano ve que los susodichos llevan una vida de disipación.
Cabe señalar que, para reforzar el diseño de esta obra, Boccaccio hace que los diez jóvenes cuenten cada día un relato con un mismo tema, y el último día ¡hay tema libre!
En fin, El decamerón es un prodigio de diseño y de valor literario que, insisto, todos debemos leer alguna vez, y si no, no hemos vivido.
@miguelcamposr15
youtube/miguelcamposramos6715
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