El filo de las manecillas y la caricatura

Germán Montalvo 

 

Decía Abel Quezada (1920-1991) que su oficio no tenía nombre, porque no se definía como caricaturista ni mucho menos como cartonista, le gustaba sentir que hacía ilustración. Su trabajo se distinguió por tener un sello particular: encuadrar al “ser mexicano”, su puntería siempre dio en el blanco… en el negro. El espacio reservado para su colaboración en el periódico Excélsior, el 3 de octubre de 1968, aparece cubierto por un rectángulo negro con el título ¿Por qué? Esta mancha negra alude al asesinato de los estudiantes, un día anterior, que no se olvida. La tradición de la caricatura en México como crítica está presente y les da un valor a los acontecimientos desde la denuncia, el humor, la ironía. Es la prensa ilustrada que favorece o reprueba, pero una caricatura sin genialidad es un espacio mal aprovechado en cualquier diario. Esa mancha negra de Quezada es una genialidad, evita lo figurativo, hay un trance entre el silencio y el respeto, la voz de esa sombra tiznada es moderna para denunciar. Igualmente, hay que definir con justicia la diferencia entre una crónica ilustrada y una caricatura. José Guadalupe Posada (1852-1913) fue el gran cronista del acontecimiento porfirista, de su declive y del surgimiento del movimiento revolucionario. Posada es harina de otro costal, se cuece aparte, su trabajo como grabador es supremo, fue el artista del pueblo, así lo definió Diego Rivera (1886-1957), pero fue gracias a Jean Charlot (1898-1979), artista francés, que su trabajo fue reconocido, desde luego, mucho más allá de su Catrina. Posada fue un gran inspirador en la ironía, en poner el acento en la sobredimensión del cuerpo: cabezas grandes, cuellos largos, puntería irónica para enfatizar la antropometría de la burguesía y la estética popular. 

La caricatura en México ha tenido grandes maestros, quienes hacen caricatura ocupan el filo de las manecillas del reloj como su instrumento de dibujo para entregar a tiempo, su capacidad de síntesis visual es hermana de la metáfora, del humor, de la flecha que da en el tino, de la carcajada, del ¡qué cabrón! Son estudiosos del tema contra tiempo. Entre nuestros grandes maestros está el distinguido Ernesto García Cabral (1890-1968), apodado “El Chango”, su mote lo hace un artista de fábula. Designado maestro de dibujo de su escuela secundaria a los doce años, no sabemos con certeza si la revista de sátira alemana Simplisisimus fue una de sus primeras referencias. García Cabral está considerado el gran artista de la caricatura en México, su historia incluye un destierro enmascarado por una “beca”, otorgada por el gobierno del presidente Madero para viajar a Francia. El padre de la democracia era sujeto de la ironía de Cabral, su estatura fue ridiculizada. La caricatura publicada en la revista Multicolor en 1911 muestra a un presidente con un abrigo mayor a su talla, eso lo dice todo. Después de un tiempo fuera de México, Cabral regresa para consagrar su obra como caricaturista en Revista de Revistas, publicación para la cual semanalmente entregó una imagen soberbia en técnica y muchas veces con un acento humorístico.  

Mientras García Cabral asumía con gran capacidad el oficio de la sátira visual, Miguel Covarrubias (1904-1957), otro gran artista mexicano de la caricatura, lo hacía en Nueva York. Apodado “El Chamaco” por Diego Rivera y José Clemente Orozco (1883-1949), su trabajo alcanzó de inmediato el reconocimiento de las publicaciones más prestigiadas de ese momento, como Vanity Fair y New Yorker. Covarrubias da en el clavo en uno de los requisitos de la caricatura: captar el gesto del personaje y sobredimensionarlo, anclar desde ahí el poder del sujeto para enseguida llevarlo a la caricatura. En 1931 inició una serie publicada en Vanity Fair que consta de alrededor de cuarenta caricaturas nombrada Entrevistas imposibles. El antagonismo de esta serie es lo que soporta ideológicamente este proyecto, personajes famosos que no podrían estar juntos aparecen en la portada de esta publicación. Varias de estas piezas originales en la técnica de gouache forman parte de la colección de la Universidad de las Américas de Puebla.  

En el otro ambiente que marcó toda una época, La Familia Burrón, fue la revista más leída, con una gran empatía de todos los sectores. Esta legendaria revista nace de la inspiración del caricaturista Gabriel Vargas (1915-2010). Al respecto Carlos Monsiváis (1938-2010), figura clave para el estudio de los acontecimientos de la estética popular, comenta: En La familia Burrón se describe un proceso: el de la vida diaria —obviamente deformada y ofrecida ad absurdum, hasta sus últimas consecuencias— de la clase media pobre y del mundo de la vecindad o el multifamiliar. ¿Quiénes son los personajes? No es el empleado medio, el white collar norteamericano que trabaja en una agencia de seguros o de publicidad, que caricaturiza al hombre-organización y que debe vivir en Suburbia. El héroe es un peluquero, don Regino Burrón, propietario de El rizo de oro, y la heroína es su esposa, Borola Tacuche de Burrón, mujer capaz de disputar en el mercado por el precio de los jitomates y de abastecerse en una cocina económica.  

Queda para otro episodio reconocer a Rius, Rogelio Naranjo, Quino, El Fisgón, Gonzalo Rocha, Ahumada, Magú, Helio Flores, huéspedes de ese multifamiliar que se llama caricatura, en el que habitamos todos. 

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