El que se halle sin libros, se halla en una soledad sin consuelo

Biblioteca Palafoxiana, interior de la Casa de la Cultura del Estado de Puebla, fotografía de la colección: “Reinauguración de la Sala Luis Cabrera”, Secretaría de Cultura del Estado de Puebla. Año 2010. 

 

 

No existe un mejor regalo que un libro porque es análogo a regalar: un viaje, tiempo, personas nuevas e historias impensadas hasta el momento. Regalar un libro es regalar una conversación interminable con el autor, dar una mirada al pasado, escarbar en la memoria colectiva, mostrar un abanico de posibilidades plegado infinitamente y enunciar miles de veces en el silencio de la mente el nombre del benefactor de tu biblioteca personal y el motivo de tan ambicioso obsequio.   

Don Juan de Palafox y Mendoza no regaló a Puebla y sus habitantes presentes y futuros un libro, regaló una biblioteca que hoy por hoy es considerada una de las colecciones antiguas más importantes y con mayor valor histórico del país y del mundo.  

Antes del Renacimiento, en la Europa medieval el conocimiento recabado desde Grecia y Roma hasta los saberes filosóficos y teológicos eclesiásticos eran celosamente guardados en las abadías y conventos; las torres de estos recintos contemplativos amurallaban el conocimiento sólo expuesto a las mentes de los doctos clérigos que tenían el derecho de poseer entre las manos un libro copiado a mano por monjes de otros claustros. Pero, en el siglo XV, Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg revolucionó de una vez y para siempre la forma en que la información podría llegar a todo el mundo. Y es que, con la imprenta, un libro que podía ser copiado en diez o doce meses, ahora podría ser duplicado en minutos. De manera tal que los libros y sus asombrosos contenidos se desbordaron de los templos católicos e inundaron las calles de los pueblos, la gente deseaba leer para poseer aquellas joyas de papel y tinta, y la educación comenzó a llegar como las aguas de un río desbordado que anegan los valles y los fertilizan. 

Fue entonces que comenzó el renacimiento, el florecimiento del arte, la era de las grandes exploraciones en los océanos y, posteriormente, el surgimiento de la ciencia tras la racionalización de las dudas cartesianas y la matematización de los procesos naturales newtonianos. Pero fue, sin lugar a dudas, el libro impreso el que abrió la puerta por donde correría la mente racional, desprovista de miedos y supersticiones religiosas, hacia la liberación de los “haceres” del hombre en pos de una civilización científica y tecnológica. 

Tras la conquista, evangelización y establecimiento de un virreinato español en el actual México, la fundación de Puebla como ciudad de paso para comerciantes del puerto de Veracruz a la Ciudad de México, ensalzó su carácter cultural por el trasiego de arte, orfebrería, mueblería, gastronomía y religión mediante este suelo y le dio a Puebla su carácter académico y cultural, que conserva hasta nuestros días. 

Fue como resultado de ese proceso histórico que Don Juan de Palafox decide donar su vasta y extensa colección de libros y dejarlos para la posteridad en la casona de la 5 Oriente número 5 del Centro Histórico de la Ciudad de Puebla. 

Más de cinco mil libros en preciosas estanterías de caoba y cedro flanquean un salón amplio que cobija a los visitantes de este monumento histórico de altísimo valor intelectual. Dos obras originales, por mencionar algunas, ejemplifican el tesoro que, inerme, se consuela con la contemplación de los eruditos: “La Ciudad de Dios”, de San Agustín, y “Humanis Corporis Fabrica”, de Andreas Vesalius.  

Lo que por más de trescientos años fue una biblioteca pública en principio donada a los seminaristas tridentinos y después a la población en general, hoy es un museo que roba las miradas de arriba a abajo que se ciñen a la cintura de las maderas de los postes de los estantes por la luz que se cuela por los ventanales altos de la casona amarilla. El olor es a libro: hojas y tinta; el color es café: madera y resina; el sabor es a historia, el recuerdo y la nostalgia son constantes, los suspiros armonizan el ambiente, y la solemnidad de estar posado frente al intelecto humano es constante. 

Gracias, Juan de Palafox, Puebla no se halla en una soledad sin consuelo. 

 

Eduardo Pineda 

ep293868@gmail.com 

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