Hombres necios que acusan a la mujer sin razón
Soneto y busto de Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, ubicado en la Casa de Cultura de la Ciudad de Puebla, fotografía de la colección: “Reinauguración de la Sala Luis Cabrera”, Secretaría de Cultura del Estado de Puebla. Año 2010.
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Juana de Asbaje, conocida en el mundo de las letras como Sor Juana Inés de la Cruz, es sin duda el emblema más importante de la literatura mexicana de los siglos del virreinato; es icónico su trabajo literario, científico y cultural, y establece un antes y un después en la cosmovisión femenina de nuestro país.
Hablar de Sor Juana es hablar de una mujer compleja, una mente creativa y un espíritu indomable que vertió sus anhelos y ensueños en chorros de tinta que bien se esparcieron por los recetarios conventuales, por los papiros de algodón sonetizados y por los apuntes de astronomía y matemáticas que guardaba celosamente en su celda en San Jerónimo.
Sor Juana tenía una estrecha amistad con la Virreina Leonor Carreto, y el favor de la abadesa del recinto, lo cual le permitió disponer de su imaginación con mayor libertad en la cocina y en el mesa-banco de la celda desde el cual escribió en textos para sí misma y en comunicaciones epistolares, principalmente con su hermana y con el Obispo de Puebla, hermosas líneas que se han perpetuado en los siglos venideros.
Desde sus tempranos dieciséis años de edad, cuando fue ingresada al Convento de las Carmelitas Descalzas (San Jerónimo), ya contaba con la admiración de la realeza de la Nueva España por su habilidad versificadora y su refinado gusto culinario. Su entrada a la vida religiosa fue decisión de su padre con miras a que la joven De Asbaje continuara una vida de erudición monástica y de contemplación espiritual que le abriera camino en el complicado mundo de la nobleza instaurada en nuestro país desde la conquista.
En 1690 Sor Juana envió al Obispo de Puebla, con quien tenía una comunicación constante, un texto conteniendo una fuerte crítica al “Sermón del Mandato” del jesuita portugués Vieira sobre las “Finezas de Cristo”, al cual el Obispo responde diciendo que: “Se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres”, a lo que Sor Juana respondió, haciendo uso de su bella prosa: “El conocimiento no sólo les es lícito a las mujeres, sino también provechoso”. En una carta larga y profunda, Juana de Asbaje da cuenta de su vida y de sus inclinaciones racionales y artísticas y le deja en claro al obispo la reivindicación de la mujer en la vida cultural del virreinato mexicano. Esta epístola, junto con el acervo poético y los textos gastronómicos de la monja, conforman un legado hoy reconocido en todo el mundo, y también una fuente inagotable de inspiración para muchas mujeres que se han abocado por una vida intelectual y que aún son oprimidas por la cultura machista, denigrante e ignorante de exclusión femenina.
Los años más prolíficos de De Asbaje los vivió en la paz y serenidad que en ese siglo proporcionaba un convento. Actualmente este sitio puede ser admirado por los feligreses y cultos en la Ciudad de México y cumple funciones académicas, ya que alberga la Universidad del Claustro de Sor Juana. Entre las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, el ex Convento de San Jerónimo se erige con una imponente arquitectura barroca de tipo herreriano, y se conforma por una torre y campanario, cúpula de la nave central, un vasto y profundo claustro, místicas celdas y hermosos jardines.
Aún los estudiantes y visitantes perciben los aromas de esa cocina del Siglo XVII; pueden imaginar los ates y los merengues, las yemitas, los moles, el mancha manteles, las especias dispuestas en las paredes en frascos que atesoran el intenso olor de la canela, el romero, el tomillo, las pimientas, el eneldo, la vainilla, los cominos, el clavo, la albahaca y la sal blanca y la sal negra. El ex Convento de San Jerónimo guarda entre sus muros celosamente los ecos de la respiración de Sor Juana cuando releía sus sonetos y sus prosas, sus pasos y el sonido levísimo de su hábito de Carmelita por la celda donde una mesa asomaba la vela por la ventana. La misma vela que Sor Juana soplaba para contemplar la negrura de la noche e intuir el movimiento de los astros, imaginar la nueva receta del adobo y versar su próximo soneto.
“Si Aristóteles hubiera cocinado, cuánto más hubiera escrito” decía Sor Juana a Sor Filotea (pseudónimo con el que firmaba sus cartas el Obispo de Puebla). “Porque bien le digo, señor mío, que es posible filosofar y aderezar la cena”, sentenciaba la monja.
Sor Juana Inés de la Cruz no perdía una sola oportunidad para hacer notar su enraizada necesidad de pensar, su visión racional de la realidad y su exquisito gusto literario y culinario. Por eso hoy, la Universidad del Claustro de Sor Juana -ex Convento de San Jerónimo- es un lugar obligado para todos aquellos interesados en apreciar el contexto histórico de la obra de De Asbaje y situarse en el México Virreinal, entendiendo así lo complicado que pudo ser para la escritora y filósofa monja mexicana adentrarse en el universo denso y entramado de la literatura y la ciencia naciente en nuestro país.
Como una cuchara de chef portada en el bolsillo de la filipina, como una prueba de la sazón de un adobo en ebullición sobre el fogón conventual, dejo abajo el soneto que bellamente da soporte al busto de Sor Juana en el segundo patio de la Casa de la Cultura de Puebla:
En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.
Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades
Eduardo Pineda
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