“La cabaña del tío Tom” 

Quizás el libro más trascendente y crudo que se ha escrito contra el racismo sea la emblemática novela “La cabaña del tío Tom”, de Harriet Beecher Stowe (norteamericana, 1811-1896), quien la publicó por entregas en un periódico a lo largo de 1851, y al año siguiente en formato ya de libro, con un éxito arrollador.

Esta novela describe de una manera brutal el racismo y la esclavitud contra los negros en Norteamérica en el siglo XIX. A ratos, sin embargo, con algo de amenidad, lo que tal vez haya sido decisión deliberada de la autora para atenuar en los lectores el impacto generado por la carga dramática de la crudeza de los hechos narrados, crudeza que aun a los lectores de hoy impresiona. Valga recordar una escena donde un esclavo de nombre George le cuenta a su esposa, llamada Eliza, cómo un amo que tuvo le arrebató a su perro porque, según él, lo alimentaba a su costa, y le dijo que los negros no podían darse ese lujo, y le ató una piedra al cuello y lo arrojó a un estanque para que se ahogara. “…le tiraron piedras a la pobre criatura mientras se ahogaba. ¡Pobretcito! Me miraba tan triste como si no pudiera comprender por qué no lo salvaba”, cuenta George, impotente.

La ley avalaba la esclavitud, de manera que un negro era propiedad, y no era un hombre, sino cosa, y su dueño o amo podía venderlo, o alquilarlo para trabajar donde se le antojara y así quedarse con el dinero que le pagaban por su trabajo.

De hecho, la novela arranca cuando un tratante de esclavos apellidado Halley va a visitar al señor Shelby,  un terrateniente de buen corazón que aprecia y respeta a sus esclavos, pero que le debe dinero, y por eso lo presiona para que le venda a su esclavo predilecto, que casi es de su familia, el mencionado Tom de la cabaña. Sin embargo, el valor de Tom, por muy valioso que es como trabajador, no cubre el adeudo, por lo cual el tratante, sin ambages,  le pregunta: “¿No tiene usted un niño o una niña que pueda meter en el lote con Tom?” Como si se hubiera tratado de ganado. Naturalmente, ese niño o esa niña había que arrebatárselos a unos padres.

Este Halley, por cierto, cuando anda persiguiendo a Eliza, la joven madre cuyo hijo siempre sí fue incluido en el lote del señor Shelby y que huye con él para protegerlo, muestra otro rasgo de su maldad. Al enterarse de que Eliza ha huido, sale a perseguirla a caballo, aunque la joven madre, como fiera que protege a su crío, logra evadirlo. Entonces a él no le queda otra que esperar en una taberna para armar un plan de rastreo. Ahí se encuentra con otros tratantes, a los cuales les cuenta su “desventura” y les pide que lo ayuden a localizar a la joven… Pero se ponen a beber whisky, y de repente el tratante Halley, con cinismo y sin corazón, cuenta que una vez le vendieron a una muchacha que tenía un niño de ojos verdes, agraciado, pero cuya ceguera no detectó hasta después, por lo cual decidió deshacerse de él. Pero como no valía gran cosa por estar ciego, “lo cambié provechosamente por un barril de whisky”, dice riéndose.

Eso era el racismo, la trata de negros, quienes según los blancos de entonces, carecían de alma y por tanto eran simples mercancías.

La novela de Harriet Beecher Stowe, quien además fue activista de derechos humanos, contribuyó enormemente a que los cosas cambiaran respecto a esta atrocidad humana llamada racismo.

Es por supuesto mi recomendación de octubre para quienes  no la han leído.

 

 

Miguel Campos Ramos

camposramos@outlook.es

Twitter: @miguelcamposr15

Compartir

About Author

Related Post

Leave us a reply