La pasión de Camille
CINE
Agustín Ortiz
Decir que Camille Claudel (Fère-en-Tardenois, Aisne, 1864-1943) era un prodigio es quedarse corto.
A los 13 años, Claudel ya era una experta escultora que con el barro como instrumento retrataba con maestría a su familia y a la alta sociedad a la que pertenecía. A los 20 años no sólo era una estudiante de arte, pupila y asistente del legendario Alfred Boucher (quizá el escultor más renombrado de su tiempo), sino que además su obra era exhibida en lugares tan prestigiosos como el Salon D’Automne y el Salon des Indépendants. Todo esto, además, en una época en la que las mujeres eran negadas prácticamente de sus derechos, sin mencionar lo complicado que era el acceso a un mundo artístico dominado por hombres.
Hasta aquí, la historia de Camille Claudel parecería ser la historia de una vida ejemplar, reconocida y celebrada en su tiempo, la de una artista cuyo genio y entrega a la escultura pavimentó el camino para generaciones de artistas, una que celebrara el triunfo del espíritu y el ser mujer imponiéndose ante la adversidad.
En su lugar, la suya fue una de las historias más trágicas que ha alumbrado el arte, una que tiene como velo constante la presencia de una figura masculina, un hombre celoso y opresor que, como estocada, también es considerado, junto con ella, uno de los escultores más influyentes de la historia: Auguste Rodin.
Rodin conoció a Claudel cuando él tenía 43 años y ella 19. Con una diferencia de 24 años, el escultor, un hombre casado, comenzó un amorío con la que entonces era su asistente. Desde ese momento daría inicio un romance y una obsesión que finalmente terminaría por recluir a Camille en el nosocomio en el que pasaría los últimos momentos de su vida. Y a partir también de ese momento comenzaría la historia del artista que, temeroso por el talento de su pupila, decide reprimirlo.
Sin embargo, la historia de Camille Claudel no debería ser la historia de una mujer obsesionada con la pasión del amante, como ha sido retratada en numerosos artículos y análisis. La mayor pasión de la artista fue la escultura.
La obra de Claudel es una de las más innovadoras e intrépidas de su época, dotada de gran maestría técnica y estilo propio. En 1897 ganó el Premio Blumenthal. Fue miembro de la Société Nationale des Beaux-Arts, algo impensable para su época. Y hoy en día es considerada una de las artistas más influyentes en la historia del arte; basta admirar obras cómo Clotho (1893) para darse cuenta del genio y maestría que Camille mostraba, ligado a la carnalidad que el mainstream artístico, dominado por hombres, reprimía si provenía de una mujer (y que en ocasiones además sustentaba al de su aparente protector y mecenas: varios expertos están de acuerdo actualmente en que obras de Rodin como Las Puertas del infierno [1880-1917] fueron hechas a 4 manos, siendo muy probable que las otras dos fueran de la artista). Un genio que desgraciadamente y aun siendo una de las pocas mujeres de su tiempo cuya obra era comprada y exhibida, siempre quedaba a la sombra de Auguste, ese hombre admirable para muchos que en privado no era más que un egocéntrico celoso.
Y así, harta después de 10 años de vivir a la sombra, de ser el secreto y vivir frustrada y obsesionada con esa maldición que era el objeto de su amor, Camille lo abandonó. En La edad de la madurez (1898) uno puede ver el tormento de haber vivido y padecido ese triángulo amoroso y también el inicio de una paranoia que desembocaría en la locura, pobreza, en la autodestrucción, en el rechazo de su familia y en una vida donde el prodigio mostrado se había convertido en algo para la sociedad distante, pero que la historia decidiría que, lejos de quedarse en simple amarillismo o anécdota en la vida de Rodin, se convirtiera en un huracán por derecho propio, donde ni toda esa misma sociedad con su conservadurismo y patriarcado podría sepultar el genio y pasión que hoy podemos ver maravillados en las 90 obras que sobreviven de ella.
Y fue esta la historia que en 1988 el cineasta Bruno Nuytenn mostró en la cinta Camille Claudel, tomando al cine como herramienta y con una formidable Isabelle Adjani en el protagónico, mostrándonos las luces y delirios de una artista de fuerza tan grande que no sólo un medio pudo retratarla.
Cuyo tiempo la quiso moldear a su modo pero que la historia la esculpió para la posteridad.
Y su pasión se funde hoy con el arte.
joseagustinortiz86@gmail.com
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