La pintura y el humano, ¿una muy buena idea del creador de todas las cosas?
José Lazcarro Toquero
Una pregunta sencilla, pero no simple, sobre todo por las posibilidades; yo diría que con infinitas respuestas posibles.
La primera idea que me llega a la mente es el acto mismo de la gestualidad y deseo de hacerlo, utilizando de manera automática y sin oponer absolutamente ningún obstáculo racional que pueda inhibir el canal de la emoción, del instante irrepetible del acto de abrir el camino hacia la creación artística, liberada de prejuicios y banalidades que suelen presentarse muy a menudo en la mente de los artistas; yo diría que, inevitablemente esta primera acción lleva consigo la carga emocional requerida para nutrir al razonamiento formal del pensamiento.
Cuando esto sucede, todo lo maravillosamente mágico que antecedió a ese punto de convergencia y inflexión se detiene; las ideas de soluciones posibles inundan nuestra mente, al mismo tiempo que al corazón. Los recuerdos y experiencias pasadas y presentes se manifiestan… y, en un segundo, el futuro me alcanza, me muestra mi realidad, y ante ella, ya no es posible esconder nada. Por ello la interrogante es compleja, difícil, directa, inevitable: ¿Por qué pinto?, ¿Por qué pinto?, me pregunto, y me respondo: Porque sí y porque ¡también!
Me parece increíble que este oficio de vivir por y para el arte, sea un privilegio, un don y el deseo de fusionarse en esa materia oscura e infinita que sentimos y sabemos que existe, aunque no la vemos. Y es efectivamente una respuesta humilde, pero absolutamente sincera con la que me tropiezo en el camino de esta presencia existencial de mi vida.
Dice el dicho popular: “chango viejo sí aprende maroma nueva”. Y pues yo soy un chango viejo pintor que trata de aprender la maroma. De tanto dar y dar maromas, algunas cosas he aprendido. Pero la mejor y más importante de todas, es que el arte de pintar no tiene fecha de caducidad; que la pintura es un arte que se renueva cada día y a cada instante. Desde su caballete del tiempo… este chango viejo se asoma para ver lo que ha trepado y viajado sin rumbo al espléndido mundo de la pintura.
Esa gran señora a la que podemos definir como “el arte de ver“. El arte de ver y aprender, pudiendo distinguir entre ver y mirar; Mirar es superficial, ver es profundizar. O sea, la pintura es el arte de profundizar a través de ver.
Digamos que este primer aspecto definitorio del arte pictórico cumple tan sólo una definición comprensible muy a priori y hasta simplista. Para mí, pienso que sólo se trata de la punta del iceberg. Simplemente, porque nos faltaría hablar de todos los mecanismos sensibles que entran en función al recibir ese primer impacto visual. El cerebro mismo entra en hiperactividad y recorre de manera global las experiencias relacionadas con sentimientos de afinidad y/o rechazo: musicales, afectivas, filosóficas y psicológicas.
Es decir, a todo este bagaje de autoinformación empírica sólo le falta lo que a mi parecer será “la cereza del pastel“, y que a la especie humana nos distingue como seres pensantes con la capacidad de asombrarse ante la belleza del arte, el asombro que nos provoca y que por consecuencia nos conduce conmovidos a imágenes realizadas por artistas que plasman en un lienzo su mensaje, su verdad, su idea capturada que espera el encuentro de su receptor, culminado la misión de compartir el “eso” tan especialmente humano que hemos llamado pintura.
El pensamiento mágico plasmado en los petroglifos prehistóricos de las cavernas, tiene desde un principio la semilla del arte de pintar. Sólo que en principio se trata de un personaje investido de poder, un mago o un brujo con la capacidad innata de dar fuerza y valor a su comunidad. Es decir, el líder que guía, que enseña, que conduce por medio de su arte a la caza; el grupo de cazadores lleva la certeza de atrapar a su presa, porque previamente ya lo ha hecho mediante la magia de su representación pictórica, ha tocado con la punta de su lanza las partes vulnerables del bisonte.
La pintura y el humano ¡son una muy buena idea del creador de todas las cosas! No mencionaré por orden cronológico las que a mi humilde opinión serían las obras cumbre de la pintura universal; sería muy presuntuoso decir que ésta o aquélla es la mejor, porque en realidad la pintura puede brincar alegremente entre tiempo y tiempo, y eso es lo que la convierte en algo tan divertido y tan interesante. Las representaciones de rupestre, medieval, renacimiento, modernidad, contemporáneo, futurismo y demás “ismos“, brotan lo mismo antes que después.
Estas juguetonas ideas del inconsciente colectivo nos llevan de un lado a otro, y de pronto nos encontramos con una “Capilla Sixtina” o un “Tamayo en las cavernas de Altamira” o con un “Jardín de las delicias” en la asamblea de las Naciones Unidas.
La pintura en sí es un engaño que nos dice la verdad. Gracias a este artilugio visual, entendemos su misión y contenido, de la misma manera que el poeta y el músico acceden al teatro de la vida.
Y es así como el ciclo vital de la pintura por fin se revela ante nuestros ojos.
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