Le dejo mi silencio, de Vargas Llosa
LIBROS
Miguel Campos Ramos
El escritor peruano Mario Vargas Llosa era un fiel creyente de las ficciones.
Las veía como un escudo que protegía contra la maldad. Ejemplo: si una persona lee una novela sobre drogas, al emocionarse con los daños que éstas le causan al protagonista, dicha emoción se volvía un escudo que lo ayudaba a resistir la tentación de probarlas, o de aceptarlas, si alguien se las ofrecía. Por eso es tan importante leer, decía.
Pero también las veía como un escape de la realidad, pero un escape curativo y constructivo que hacía pensar, reflexionar y crear.
Citaba como ejemplo una novela del siglo diecinueve ambientada en Francia, en la cual los caballeros creían o consideraban que el atractivo erótico de las damas no estaba en sus pronunciados escotes, o en sus cabelleras exuberantes, sino en sus pies.
Así, cundo había un baile, todos los caballeros se volvían a mirar los pies de las damas, sus diminutos pies con sus pequeños y coquetos zapatos. Verlos los volvía locos.
Y ése era el tema de aquella novela. Un escapismo creativo, pero sin duda simbólico, de cómo las sociedades inventan sus propios gustos y tendencias según la época.
Así ocurre con la última (en este caso sí la última) novela del autor peruano y Premio Nobel 2010: Le dejo mi silencio.
Es una novela sobre un guitarrista prodigioso y un crítico de música podría decirse que también prodigioso, pues a toda costa se propone investigar sobre aquel músico excelso que hacía llorar a quienes lo oían rasgar las cuerdas de su guitarra.
Tal crítico, de nombre Toño Azpilcueta, inspirado en la figura del citado músico, al cual sólo una vez vio y oyó, se inspira y se cree (como los caballeros que creían que lo erótico de las mujeres eran sus pies con sus diminutos zapatos) que la música criolla puede acabar con la desunión y las discrepancias de los peruanos, y luego de los chilenos y después los argentinos y al fin todo el continente de habla española. Es decir, que como si la música fuera algo mágico, podría unir a todos incluso haciendo que dejaran a un lado sus ideologías y sus conflictos políticos. Tal es el sueño del protagonista de esta historia.
Y en ello se empeña, convencido. Para lo cual escribe un libro, un libro que, en el estilo clásico de Vargas Llosa, representa un capítulo intercalado en la novela, lo cual hace que el lector lea a la vez la historia de las aventuras de dicho crítico empeñado en investigar la vida del guitarrista, de nombre Lalo Molfino, y a la vez un capítulo de su libro.
Tal libro incluso lo publica, y tiene un par de honrosas y considerables ediciones que, en efecto, empiezan a generar ese espíritu de unión, y él es invitado a hablar de ello en una conferencia ante cientos de personas… Lamentablemente, la realidad es lo opuesto de los sueños más elaborados, y las ambiciosas ideas de Toño Azpilcueta se dan un frentazo con ella…
En cuanto al título… Bueno, dejo que el lector descubra por sí mismo la razón de ser de esa frase tan musical, Le dejo mi silencio, que es toda una revelación.
Con esta novela, editada por Alfaguara, Mario Vargas Llosa cerró su círculo creativo y su vida, pues dejó entrever además indicios de cómo se sentía y hasta afirmó en el epílogo que sería la última,
Por ser la última del célebre autor peruano, sus fans tienen el deber no sólo de leerla, sino de conservarla en su biblioteca.
Además, esta novela invita a soñar, a imaginar otras posibilidades, como hacen todas las buenas novelas.
@miguelcamposr15
Canal: https://youtube/miguelcamposramos6715
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