Los bisontes del Tuc d’Audoubert, Francia
Laurence Le Bouhellec
Los vestigios encontrados en las profundidades de las grutas del viejo continente dan fe del interés de los anónimos artífices del Paleolítico superior por sacar el máximo provecho de todos los tipos de materiales a su alcance. En lo particular, destacan los objetos fabricados a partir de huesos planos o largos, marfiles de mamut, astas de reno, incisivas de caballo, ámbar o esteatita. Desde que los conozco, estos pequeños objetos me han fascinado, sobre todo porque queda plasmada en su muy frágil y diminuta materialidad, la extrema virtuosidad en el manejo del oficio de la talla, de quienes los idearon y realizaron. Todos ellos, probablemente relacionados en su razón de ser, con un acto ritual o algún tipo de acontecimiento mágico, aquel mismo arraigo que le sirvió al filósofo alemán Walter Benjamín, hace ya un siglo, para hablar del aura de la obra de arte en un contexto cultual.
Aparte de su maestría en el arte mobiliario, aquellos artífices destacaron también por la extrema sensibilidad con la cual llevaron a cabo la integración plástica de miles de imágenes de animales en las profundidades de las grutas. Tomando en cuenta las peculiares condiciones de producción de aquellas imágenes, grabadas o pintadas en una casi total oscuridad, no deja de sorprender la habilidad manifestada por sus autores en el sutil aprovechamiento de las características de los soportes seleccionados para su realización como, por ejemplo, la caída de estalagmitas para las patas, el borde de una roca para la línea cervicodorsal o un saliente para la panza. Además de todas estas obras, que proporcionan cierta homogeneidad a la visibilidad del arte del paleolítico, también existieron formas muy locales de producción, como es el caso de la técnica del moldeado en arcilla, propia de la zona de los Pirineos franceses. Aunque, a priori, parezca muy poco probable que se hayan podido conservar esculturas de arcilla elaboradas hace miles de años, los bisontes del Tuc d’Audoubert nos demuestran lo contrario. Las más antiguas esculturas de animales conocidas hasta el día de hoy fueron descubiertas a principios del siglo pasado, en 1912. Modeladas en arcilla, miden sesenta centímetros de largo, por cuarenta y cinco de alto, con un grosor que rebasa los siete centímetros.
La emoción única y maravillosa que nos recorre cuando las contemplamos, tiene como origen el hecho de que todavía se alcanzan a ver las marcas de los dedos de los artífices que aplicaron el acabado sobre el cuerpo de los animales, ahora ligeramente agrietados. Sus características físicas son tan exactas, que, se llega fácilmente a diferenciar la hembra del macho. Aunque, desde la segunda mitad del siglo pasado, se suele aceptar el valor esencialmente cultual de las imágenes conservadas en las grutas del paleolítico, queda una parte de misterio en torno a ellas. Es ahora necesario considerar las últimas investigaciones que han permitido probar la presencia femenina en las grutas del paleolítico a partir del estudio de las huellas de pie y, sobre todo, de las huellas de mano. Por otra parte, se ha de recalcar la asociación establecida en la mayoría de los discursos míticos del mundo entre la arcilla y la mujer, así como el papel fundamental que desempeña como mediadora entre las potencias del mundo de arriba, las potencias celestiales, y las potencias del mundo de abajo, las potencias acuáticas o ctónicas. Entonces: ¿por qué no pensar que las más antiguas esculturas moldeadas en arcilla, la pareja de bisontes del Tuc d’Audoubert, hayan sido ideadas y realizadas por manos femeninas?
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