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Los Tepetatles: de cuando Ernesto Alonso fue Warhol antes que Warhol

CINE 

Agustín Ortiz 

 

 

Rockeros, burlones, irónicos, atascados, divertidísimos y muy mexicanos, en 1965 Los Tepetatles se anticiparon a la legendaria The Velvet Underground de Lou Reed a la hora de mostrar lo que se podía hacer con actitud, instrumentos e inteligencia, sólo que a diferencia de los neoyorquinos (que influenciaron no sólo a lo punk o experimental sino también a toda una generación que en albores del Siglo XXI se propuso salvar el rock, ya sea bajo el nombre de The Strokes, The White Stripes y demás firmantes que en su momento volvieron la música a lo primitivo), la agrupación comandada por el legendario Alfonso Arau fue algo que detrás de su teatralidad y desparpajo ocultaba no sólo a una de las más grandes e influyentes bandas que ha dado México, sino también la reivindicación de alguien que desde el mainstream acabó creando un producto contracultural cuyo legado se puede notar desde en las letras de Molotov hasta en las parodias de Hechos de P. Luche. 

Con cameos de Carlos Monsivais en las letras, Chava Flores como gurú, y tanto José Luis Cuevas como Vicente Rojo colaborando en lo gráfico. 

¿¿Bajo el amparo del Señor Telenovela?? 

Porque después de pasar por el cine con más pena que gloria (destacándose para la posteridad esa obra maestra llamada Ensayo de un crimen, bajo las órdenes de Luis Buñuel, quien también inmortalizaría su voz como el narrador al inicio de Los Olvidados), y ya habiendo ingresado al mundo de las telenovelas de la mano del canal 4 del Telesistema Mexicano (hoy TELEVISA, que tanta fortuna le traería) con la novela Cuidado con el ángel, el hoy llamado Señor Telenovela era la celebridad que se tenía que conocer y fue buscando expandirse y capitalizar con su éxito lo que lo llevó a fundar el Centro Nocturno El Quid, lugar “in” en una época dorada para ser celebridad y, sobre todo, ser visto. Un éxito fulgurante que aun siéndolo hacía sentir a su dueño que algo le faltaba. 

Fue así que Alonso entró en contacto con Alfonso Arau, quien mucho antes de consagrarse en el mundo del cine con cintas cómo Calzonzin inspector y Como agua para chocolate, era un actor y bailarín (junto con Sergio Corona) que era demasiado para la convencionalidad a la cual la televisión y el teatro a veces lo obligaban y al cual un día, reconociendo la inteligencia de este artista, Ernesto se le acercó con una idea en mente. 

Montar el espectáculo en vivo más grande de México. 

Y lo que fue Andy Warhol, el gran artista del llamado Pop art, a la hora de descubrir y patrocinar a Lou Reed y su The Velvet Underground, Ernesto Alonso lo fue para el rock mexa. 

Lo que habría hecho que otros temblaran, para Arau fue solamente el fuego que iniciaría la mecha de su creatividad; de la mano de Los Rebeldes del Rock surgió Triunfo y aplastamiento del mundo moderno con gran riesgo de Arau y mucho ruido, un show desparpajado donde a ritmo de rock se satirizaba la cultura mexicana y la alta sociedad ante la cual se presentaban, burlándose de lo llamado fifí, de la corrupción, de las buenas costumbres y todo lo que cupiera en el caldero, en un espectáculo donde Carlos Monsiváis colaboraba en las letras (habiéndose alejado asustado de hacer cabaret un Salvador “Chava” Flores, quien aun así fue tomado como tótem por Arau a la hora de las letras) y la dirección corría a cargo de Héctor Ortega ante la mirada incrédula de los asistentes y, sobre todo, de un Ernesto Alonso que, si bien no entendía qué estaba pasando, sí estaba seguro de algo: se estaba haciendo historia, y ese rock subterráneo estaba llegando a más oídos. 

Algo así no podía quedarse solamente como un evento de una sola vez, y es por ello que posterior a la presentación, los integrantes de Los Tepetatles (llamados así como parodia a los fabulosos de Liverpool) se lanzaron a grabar un disco, con arte de Vicente Rojo y José Luis Cuevas, donde la mexicanidad permeaba, alternándose entre albures, denuncias, referencias al torero Manuel Benítez “El Cordobés”, el poeta Manuel Acuña, La zona rosa, jazz, soul y hasta Tláloc en un álbum que si bien vendió poco, se convirtió en un parteaguas a la hora de hacer música en México, donde la llamada contracultura, más que ser una palabra, se convertía en género de la mano de un Alfonso Arau que nunca sonó más libre que en estas canciones. 

Un disco que además sólo pudo haber sido hecho en México, desde por su fraseo hasta por las referencias que abundan en las canciones, reconociendo a la cultura popular por su cotidianeidad sin tener que ahondar en contexto para las referencias, ya que cualquier mexicano en uso de razón sabe no sólo de lo que se está hablando sino que es o conoce a alguien similar a lo que cuentan esas rolas cargadas de actitud y riffs pegajosos que, si bien surgieron en la época equivocada (el disco vendió poquísimo), no así en el lugar. 

Liverpool tiene a The Beatles. Nosotros a Los Tepetatles. 

Y toda esa cultura, tomada en serio pero sin solemnidad, fue devuelta a la misma sociedad que la creó en forma de artistas que bien pudieran ser Molotov, Botellita de Jerez (comandanda por el hijo de Arau, Sergio, y creadores del llamado Guacarrock, mismo que parte del A Go Go Prehispánico de la banda), San Pascualito Rey, Caifanes y demás bandas que deciden partir de ellos a la hora de narrar, en voz y en ritmo, el día a día de ser mexicanos, contando historias donde nos puede ir mal, bien o poéticos, pero nuestra identidad florece. 

Así como del ya mencionado debut de The Velvet Underground surgió el rock alternativo, de este disco surgió algo tan grande que no cupo en una sola generación. 

Y nunca Ernesto Alonso confió mejor.   

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