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Love story: película romántica por excelencia

“¿Qué se puede decir de una chica de veinticinco años que murió? Que era linda, y brillante. Que le gustaban Mozart y Bach, y los Beatles. Y yo.” 

Tal es el inicio de una de las novelas de amor más famosas de los años recientes. Me refiero, por supuesto, a “Love story” (Historia de amor), novela de Erich Segal, publicada casualmente el 14 de febrero de 1970, aunque injustamente tratada por la crítica literaria y considerada como de segunda, el típico “best seller”, pero reivindicada por millones de lectores que la han leído en 20 idiomas. 

Esta novela, considerada por su propio desarrollo como “romántica por excelencia”, dio lugar a un par de inolvidables y lacrimógenos filmes: “Love syory”, de 1970, dirigida por Arthut Hiller,  y su secuela (en esa época era raro que hubiera secuelas; menos trilogías) “Oliver’s story”, de 1978. 

La película es interpretada por Ryan O’Neal, entonces considerado el galán hollywoodense de moda, y una desenfadada y rebelde Ali MacGraw. 

O’Neal interpreta a Oliver Barret IV, hijo de un multimillonario benefactor de la universidad en la cual estudia y en cuya biblioteca trabaja Jenny Cavillery, la chica que se convertirá en su amor absoluto, sin reservas, logrando conformar ambos una pareja que se convirtió en estereotipo del amor romántico por excelencia. 

Por supuesto, cual debe de ser, la familia de Oliver, sobre todo el padre, no acepta a la pobre bibliotecaria, de cuna humilde y por tanto inapropiada para que pase a formar parte del ilustre clan Barret. Para colmo es morena y su apellido suena a “caballería”, 

La trama, melodramática a más no poder, sobre todo cuando Oliver se rebela y reta al padre y se casa con Jenny, se complica con un embarazo de alto riesgo que desencadenará toda la catarsis que este tipo de cintas provoca en los espectadores. 

De ese filme es la famosa frase, ya icónica del cine romántico, que Oliver le asesta a su padre cuando éste, arrepentido, le dice que lo siente, refiriéndose a todos los acontecimientos tristes y trágicos que ocurrieron: “Amar significa nunca tener que decir lo siento.”  

Tal vez esta frase sintetice lo que realmente significa el amor de verdad: quien ama sinceramente, jamás tendrá necesidad de decir esa frase, y si la dice, es porque está arrepentido o arrepentida de algo que no debió de hacer. 

En estos tiempos en que el amor se ha trivializado, es decir, se ha vuelto como la comida rápida, bien vale atreverse con esta cinta, que además cumple a cabalidad el modo hollywoodense: entretenida, a ratos divertida, lacrimógena y con ese mensaje moralista que suelen haber en las películas norteamericanas y sobre el que sí recomiendo algo de reserva. 

Como cereza de un pastel, la banda sonora es de antología, especialmente el tema de la película.  

Si se animan a verla, preparen clínex para las lágrimas. 

Nota: tal vez algún canal de tele comercial se anime a programarla por tratarse del mes del amor y la amistad. Si no, puede hallarse en la plataforma de Netflix. 

 

Miguel Campos Ramos 

camposramos@outlook.es  

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