México y su folklor musical
EDUCARSE ILUSTRA
Éricka E. Méndez Ortega
Detrás de la lluvia azul madera y coco,
detrás de aquel monte gris emerge un pueblo.
Fusión de olivo y mazorca en noche triste,
casta madura y maciza voz y sudor.
Mi pueblo verdad sabia, transparente.
Mi tierra de pisar firme, penetrante
su huella sabia, muy sabia trascendente.
Raíz de antigua esperanza y nuevo sol.
Gerardo Tamez
(Los folkloristas, Tierra mestiza)
Atecocolis y teponaxtles, huehuetl y acatapitz, ayoyotes y ocarinas, sonidos que en el infinito silencio se escuchaban cada día en la existencia de los macehuales de aquellos tiempos. Con la música que emanaba de la naturaleza y que los grandes músicos trataban de imitar por medio de instrumentos sagrados, empieza la historia de este mosaico musical mexicano cuyas voces convertidas en notas musicales de pentagrama y de oído, viajaron y siguen viajando por todo el mundo para compartir con otras grandes culturas, los sonidos de México.
Sonidos que después de la invasión europea se quedaron y formaron parte del mestizaje musical que nos distingue como un país lleno de folklor. Así pues, las trompetas, violines, guitarras y guitarrones que han creado los sonidos del mariachi, conjunto musical que en sus inicios sólo se componía por instrumentos de cuerdas; la alegre marimba, que evoca los hermosos atardeceres de tierras sureñas; maracas, pianos, guitarras, guitarras eléctricas, la quinta hupanguera, jaranas, baterías, órganos y sintetizadores, hacen de México en términos coloquiales, un país muy guapachoso.
De ahí que Yokoi Kenji, famoso couch japonés, haga un excelente trabajo con sus compatriotas previniéndolos del suicidio, primero con la acertada frase de: si usted quiere ser feliz, tenga amigos mexicanos; y segundo, la terapia de sanación que ofrece consiste en traer a sus pacientes a Latinoamérica para que se curen, e increíblemente, sí se curan. Y cómo no lograrlo si en México se escucha música a lo largo y ancho del país, en las calles, en los mercados públicos, en las fiestas de los pueblos, en las ciudades, en las escuelas, en los desfiles, en los automóviles. Claro que no siempre es bien apreciada tanta música como con aquellos gringos hospedados en un lujoso hotel de Mazatlán que se quejaron del ruido que hacían las bandas sinaloenses que se la pasan tocando las 24 horas del día, pero si no, qué sería de los mazatlecos.
Sin embargo, hay sonoridades más dulces que al escucharlas no podemos dejar de sentir un poco de nostalgia, por ejemplo el organillero con su uniforme color caqui, su boina muy peculiar y, encima de su órgano, su mascota fiel, un monito de trapo que siempre lo acompaña para alegrar al público. Y qué decir de los pregoneros, aquellos poetas que hacen de la palabra una agradable composición musical con sus rimas tan simpáticas que terminan por provocar una sonrisa en quienes los escuchan.
En fin, es interminable el tema. Me despido con esta frase que alguna vez expresó el papa Juan Pablo segundo en su visita a México y que coincidió con su cumpleaños; era inevitable que el pontífice no escuchara desfilar a diferentes agrupaciones musicales que le dedicaban las mañanitas desde las 5:00 am y todo el día fue de fiesta, a lo que, con una amable sonrisa, dijo: México es un país que no deja dormir.
eryelmeor@gmail.com
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