Pinceladas sobre el muralismo mexicano

Pedro Ángel Palou 

 

 

Cuando José Vasconcelos, recién estrenado secretario de Educación Pública, decide entregarles los muros de la nación a los pintores no puede prever el efecto que tendrá su idea, una hazaña sin parangón.  En su mente la empresa consistía en contarle al pueblo, casi un ochenta por ciento analfabeta, la historia de México (la otra gran hazaña vasconcelista serán las misiones culturales y las campañas de alfabetización, al punto en que nueve años después solo quedaba un veinte por ciento de analfabetismo en el país). El Partido Comunista se acababa de legalizar y aunque no existía aún la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) la ideología de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros permearía las obras. Diego utilizaría las paredes de Palacio Nacional para narrar con épica sordina una visión personal de la historia de México donde los vencedores a la larga serán los obreros y la dictadura del proletariado romperá las cadenas que el mestizaje, la conquista y el capitalismo provocaron. Se dice que el secretario Vasconcelos odió los “monotes” de Rivera. Otras paredes, como su alegoría del mestizaje con Cortés y Malinche, presidiendo un altar o su obra mural maestra, el domingo en la Alameda, alcanzarían cotas altísimas. Katherine Ann Porter dijo que, a pesar de su megalomanía, Rivera podía haber llegado a ser el artista plástico más influyente del siglo XX. 

Siqueiros, a nuestro juicio, tardará más décadas en alcanzar la altura alegórica que su estilo requería, en el Poliforum. Su estalinismo -pudo haber estado detrás del atentado a Leon Trotski- empañó la obra inicial del Coronelazo, pero la cárcel, el exilio, la madurez, fueron destilando una obra mural muy distinta a la de Rivera. Fernando Leal o el gran Juan O´Gorman han sido casi borrados del mapa, lo que es una lástima, porque el muralismo mexicano no es una escuela, sino una oportunidad plástica sin comparación y la fachada de la Biblioteca Central de la UNAM o sus reflexiones pictóricas sobre la Independencia están entre lo mejor del muralismo mundial. 

Cuenta la leyenda que un joven Jackson Pollock vio el recién estrenado mural de Orozco en Pomona College y tomó su destartalado coche para visitar al maestro que estaba en el otro lado del país, pintando otro mural en Dartmouth College. Las casi tres mil millas de viaje valieron la pena pues hoy sabemos que el artista estadounidense tomó las ideas de Orozco, particularmente su Prometeo, y las llevó a la abstracción y el fractal. Quizá tenga razón la gran crítica Raquel Tibol y el muralismo mexicano tiene tres nombres: José, Clemente, Orozco (que recaen en el mismo titán). El Hospicio Cabañas y el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara con su El hombre creador y su libertad están entre lo mejor de la pintura mundial y son, sin duda, el pináculo del llamado muralismo mexicano. 

Más allá de su intención didáctica inicial lo que queda claro hoy que volvemos a visitar sus más altas obras, la libertad mayúscula del arte trasciende la ideología, la época, e incluso la comisión del mecenas. El muralismo mexicano podría solo compararse al renacimiento italiano en su escala, trascendencia y legado. 

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