Poesía para no expertos
Luis Antonio Godina Herrera
El inmenso Jorge Luis Borges escribió: He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Menuda confesión para alguien que nos legó poemas, cuentos, ensayos que forjaron el carácter y alimentaron los sueños de muchos. Pero, en efecto, puede ser un pecado no ser feliz o al menos no intentarlo. En mi caso (y perdón por escribir en primera persona) sí he sido feliz. Ya con 65 años en las alforjas puedo afirmar que en el balance de la vida la felicidad ha sido mi compañera. Y ¿cómo no ser feliz cuando se puede disfrutar un amanecer, leer un poema, escuchar la risa de mis hijas o despertar con quien se ama? Ante eso, cualquier noticia oscura de la economía o la política pasa a un término secundario.
No peco de romántico, pero exploremos el caso de repasar textos de poesías en donde la palabra feliz o la felicidad implícita campean. El mismo Borges en Fragmentos de un Evangelio Apócrifo dice:
Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.
Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.
Feliz el pobre sin amargura o el rico sin soberbia.
Felices los valientes, los que aceptan con ánimo parejo la derrota o las palmas.
Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque éstas darán luz a sus días.
Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
Felices los felices.
Resulta paradójico que alguien que afirmó que no había sido feliz, escriba este Evangelio con un descripción completa de lo que puede significar ser felices. Podríamos también estar de acuerdo en que una muestra externa de la felicidad es la sonrisa. Al respecto, Ramón López Velarde, en Tus Dientes, señala:
Sonríes gradualmente, como sonríe el agua
el mar, en la rizada fila de la marea,
y totalmente, como la tentativa de un
Fiat Lux para la noche del mortal que te vea.
Tus dientes son así la más cara presea.
La felicidad está en la posibilidad de adivinar una sonrisa, una mueca amorosa. También podemos explorar su sentido (a veces en un escondite) en un poema de James Joyce:
Cuando todo reposa, ¿tú sólo
Velas para escuchar las armoniosas liras que tañen
Al Amor precediéndolo en su camino,
Y la briza nocturna que responde con una antífona
Hasta que la noche se ha desvanecido?
La conjugación de la música, la voz del mar y las liras cantarinas, dibuja un círculo virtuoso en donde cabe la necesidad de ser feliz. Esa fue la única obligación que les impuse a mis hijas: Ser felices. Lo demás en la vida, creo que llega por añadidura.
Las campañas de la felicidad contienen muchos significados. Armonizan el pasado, el presente y el futuro. En cada etapa de nuestra existencia la cuatrisílaba palabra, felicidad, debe estar presente. No niego los nubarrones, los malos ratos o incluso, como algunos dicen: La felicidad es un momento pasajero y lo constante es el no ser feliz o permanecer en la expectativa de serlo. No cometamos el pecado de Borges y: ¡Seamos felices!
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