Poesía para no expertos

Luis Antonio Godina Herrera 

 

 

Pocas cosas impactan tanto como estar frente a una escultura. Visitar una ciudad, un museo y descubrir de pronto un objeto que bien podría tener vida. Un soplo le faltó al Moisés de Miguel Ángel para ser un humano, ¿quién podría no imaginar que en las venas del David no corre sangre? Lo mismo pasa con la poesía. El mármol como las palabras reflejan al mundo y lo hacen de manera dinámica. Un pedazo de piedra puede, en manos de un artista y su cincel, convertirse en un ser al que solamente le falte hablar. 

La poesía en buena medida es eso. De un abecedario sale la combinación de palabras que reflejan sentimientos, sueños, emociones. Los poetas no están ajenos a esta experiencia. Por ejemplo, Octavio Paz describe en Piedra de Sol una experiencia estética que puede compararse con la creación de una escultura: la noción del tiempo cíclico y la búsqueda de un orden cósmico: 

…escritura de fuego sobre el jade, 

grieta en la roca, reina de serpientes,  

columna de vapor, fuente en la peña,  

circo lunar, peñasco de las águilas,  

grano de anís, espina diminuta 

y mortal que da penas inmortales,  

pastora de los valles submarinos 

y guardiana del valle de los muertos,  

liana que cuelga del cantil del vértigo,  

enredadera, planta venenosa, 

flor de resurrección, uva de vida,  

señora de la flauta y del relámpago,… 

 

Un poema que aprendí de muy joven, también de Octavio Paz, es Elegía a un Joven Compañero Muerto en el Frente, uno de cuyos versos dice: 

Yo recuerdo tu voz. La luz del Valle nos tocaba las sienes, 

hiriéndonos espadas resplandores, trocando en luces sombras, 

paso en danza, quietud en escultura 

y la violencia tímida del aire 

en cabelleras, nubes, torsos, nada. 

 

Hacer de la escultura un símil con la quietud que es parte de un ser vivo, refleja en sí lo que es la escultura como fuente de transformación y la poesía como fuente de inspriración. 

El poeta John Keats (1795-1821), uno de los grandes representantes de la poesía de habla sajona, escribió Oda en una urna griega, en donde se pregunta:  

¿Qué leyenda bordeada de hojas habita en tu figura 

de deidades o mortales, o de ambos, 

en Tempe o en los valles de Arcadia? 

¿Qué hombres o dioses son aquellos? ¿Qué doncellas reticentes? 

¿Qué objetivo enloquecido? ¿Qué esfuerzo por huir? 

¿Qué flautas y panderos? ¿Qué éxtasis salvaje? 

   

El mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950) hace hablar a una estatua a través de sus versos en Nocturno de la Estatua: 

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera  

y el grito de la estatua desdoblando la esquina. 

Correr hacia la estatua y encontrar solo el grito,  

querer tocar el grito y sólo hallar el eco,  

querer asir el eco y encontrar sólo el muro.  

 

A veces en las tardes otoñales se antoja hablar en silencio, se necesita la introspección. Una escultura puede ser una aliada. Encontrar en los golpes de martillo alguna señal, identificar la siguiente quimera, la siguiente cima. Si nos acercamos a la poesía, vamos a hacerla nuestra y pensemos en ella cuando el arte pase ante nuestros ojos. La experiencia siempre será gratificante.

 

 

Twitter e Instagram: lgodina   

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