Poesía para no expertos
La poesía no puede ser ajena a la gastronomía (perdón por el ripio), pero el tema de este número de Sibarita La revista me llevó a recordar diferentes poemas en los que la comida y sus ingredientes son actores centrales, así como su acompañante indispensable: el vino. Esta entrega, por tanto, dejará más espacio para el disfrute de versos memorables que para lo que pueda decir quien esto escribe.
Empecemos por ejemplo con uno de los haikús señeros de José Juan Tablada:
¡Del verano, roja y fría
carcajada,
rebanada
de sandía!
No cabe una letra adicional en este poema, pero no lejos está Salambona, de ese otro mexicano universal como lo fue Alfonso Reyes, disfruten este fragmento:
¡Ay, Salambó, Salambona,
ya probé de tu persona!
¿Y sabes a lo que sabes?
Sabes a piña y a miel,
sabes a vino y a dátiles,
a naranja y a clavel,
a canela y azafrán,
a cacao y a café,
a perejil y tomillo,
higo blando y dura nuez.
Sabes a yerba mojada,
sabes al amanecer.
Sabes a égloga pura
cantada con el rabel.
Sabes a leña olorosa,
pino, resina y laurel.
El gran olvidado de la academia de Estocolmo, Jorge Luis Borges, escribió un Soneto al Vino, que debería ser una liturgia siempre que se descorche una botella de ese vital líquido, aquí está para su degustación:
¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.
Mi generación creció escuchando a Juan Manuel Serrat, a través de sus discos (voz empleada en el pasado y que ahora se sustituye por Spotify), muchos conocimos la poesía de Miguel Hernández, quien es el autor de Las Nanas de la Cebolla; al leerla, la revolución, la indignación por la pobreza tocaba a nuestra puerta:
La cebolla es escarcha
Cerrada y pobre
Escarcha de tus días
Y de mis noches
Hambre y cebolla
Hielo negro y escarcha
Grande y redonda
En la cuna del hambre
Mi niño estaba
Con sangre de cebolla
Se amamantaba
En contraste, Pablo Neruda en sus Odas Elementales concibió su Oda a la Cebolla, que dice en una de sus estrofas:
También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada,
y parece que el cielo contribuye
dándole fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios del tomate.
Son indisolubles la comida, el vino y la poesía. Diría incluso que la literatura toda se mezcla con la comida. No en balde en el primer capítulo del Quijote se describe la comida manchega. Leamos poesía, que un bocado de un platillo favorito nos recuerde que el verso de la vida está siempre presente.
Luis Antonio Godina
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