Raíces mexicanas en la educación

Las raíces de un pueblo tienen que ver también con el legado de una vida construida con cimientos muy fuertes de respeto y amor por la sociedad, la familia y el individuo en sí. La sociedad mexica no fue la excepción; al contrario, la belleza, la sabiduría, el respeto y el amor eran los pilares que regían la vida de mujeres y hombres que se formaban con una educación constante y sólida. 

Gran parte de su pensamiento se expresa en los llamados huehuetlatolli, que son un conjunto de discursos para el buen comportamiento. Estos discursos solían enunciarse en momentos solemnes, y frecuentemente estaban dirigidos a los hijos jóvenes. Sin embargo, los mexicas consideraban que la sabiduría era un camino de toda la vida, y el buen vivir tenía que ser recordado frecuentemente. No importaba la edad o el cargo. 

Por ejemplo, veamos esta exhortación a los alcaldes, a los regidores que eran elegidos para llevar los rumbos de una ciudad: Habéis llegado al señorío. Os habéis acercado a la nobleza; tenedles temor, que no os embriaguen, que no os hagan orgullosos; con mansedumbre responded porque es lugar de vecinos. (…) En ninguna parte ocasionéis diputas entre los señores, entre los de linaje; no arruinéis la vida de nadie. Y apaciblemente dialogad acerca del que se levanta, del que se arrastra, del águila, del ocelote. (Huehuehtlahtolli, Portilla, León, p.181) 

O qué tal estas bellas palabras de un padre a su pequeño hijo sobre su conducta y proceder en su paso por el mundo: Mi sangre, mi color, te he forjado, te he dado forma, ojalá no seas sólo metal precioso, ya pronto verás tu rostro. Quizás sólo eres un pajarito, ya te cubrirás de plumas, ya te saldrán alas. No andes revoloteando sobre las personas, no sea que por descuido en algún lugar los dañes. Y si un día, gracias al señor del cerca y del junto, veo por ti, aún te haré comer el jade, la turquesa, de forma que no sigas al conejo, al venado para que no caigas en un agujero y quedes encerrado. Porque sólo así seguirás el camino recto sobre la tierra. (íbidem) 

Diferente era la oralidad de una madre a su hija para que se condujera con decoro y, así, le decía: Mi niñita, tortolita, mujercita, tienes vida, has caído de mi seno, de mi pecho. ¿Cómo vivirás al lado de la gente, junto a las personas? No te abandones, no seas desperdiciada, tu eres mi collar, mi pluma de quetzal, no se dañe tu rostro, tu corazón. No vayas buscando discusión. Bien habla, bien canta, bien ruega; la palabra no es algo que se compre. Y si eres llamada no muchas veces te hablen, sólo una vez; luego te pondrás de pie con premura para que no provoques enojo. (…) Mi hijita, mi collar precioso. (íbidem) 

No sería muy arriesgado pensar que, en un futuro no muy lejano, tal vez sea posible retomar la directriz de la sabiduría mexica y purificar nuestra estancia en el mundo. Volver nuestros oídos a los huehuehtini (los más viejos) y así forjar nuestros corazones con la tinta roja y negra para ser individuos verdaderamente íntegros. 

 

 

 

Éricka E. Méndez Ortega 

eryelmeor@gmail.com 

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