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Rojos: comunismo made in Hollywood

Cine

Agustín Ortiz  

 

 

Al final de la década de los 70, Warren Beatty era un Dios: después de poco más de una década donde dominaba Hollywood desde su cama (legendarios sus amoríos con Madonna, Leslie Caron y esa musa perfecta llamada Julie Christie, de la cual, dicen, no se ha repuesto), también triunfaba en la taquilla y en la crítica gracias a clásicos cómo Bonnie y Clyde (1967), Shampoo (1975) y El Cielo puede esperar (1978). 

Pero si algo no puede esperar es el tiempo. Y ese no discrimina. 

Habiendo pasado los 40 años y cansado de ser considerado sólo un niño bonito, Beatty decidió lanzarse de lleno a un proyecto que no sólo era incómodo, sino que era totalmente contradictorio: una épica sobre la revolución rusa narrada desde el punto de vista del periodista John Reed (autor de esa crónica de la revolución rusa llamada Los 10 días que sacudieron al mundo, además de uno de los únicos 4 americanos enterrados en el Kremlin y comunista ferviente) financiada con dinero de ese satán del capitalismo que es Hollywood y protagonizada por sus amigos y conocidos (Jack Nicholson, Gene Hackman y una genial –además de ganadora del Óscar interpretando en esta cinta a la anarquista Emma GoldmanMaureen Stapleton, son sólo algunos de los nombres que integran el elenco), incluyendo a una formidable y en la cumbre Diane Keaton, en un periodo donde ella empezaba a cuestionarse qué tan leal le era Warren en eso de la monogamia. 

¿De su amor? De eso no dudaba, conformándose desde el inicio con ser segundo lugar porque nadie podía competir contra el amor uno de Warren: él mismo. 

Así, Rojos (EU, Reino Unido, 1981) se convirtió en una sorpresa: estamos frente a una sólida cinta sobre la revolución rusa narrada a varias voces por sobrevivientes de aquella época, sin perder de vista la gran historia de amor donde un Beatty -dirigiéndose a sí mismo- encarna a un  Reed padeciendo el idealismo al mismo tiempo que el amor en esa angelical reportera Louise Bryant (quizá la mejor actuación de Keaton), mientras vemos el origen y la efervescencia del comunismo en la intelectualidad, esa seducción que hizo que se callaran los horrores que ocurrían en la Rusia de esos tiempos, transformándolos en una especie de proceso hacia la utopía.  

Fue en medio de este trabajo de amor que empezó a asomarse ese creador/dictador que tanto se había rumorado se escondía detrás del ser sex symbol Beatty: desde repetir una toma 70 veces (consiguiendo con ello desde hacer llorar a Nicholson, hasta un “¿Que carajos te pasa?” y posterior abandono del set por la antes afable Stapleton), hasta convertir el gritar y sobajar en su manera de comunicar su visión, siendo irónico que justo una película que buscaba retratar la idealización del comunismo era dirigida por un hombre  que no sólo era un símbolo de una industria sino cuya visión era más cercana a la de un dictador que a la de un mero realizador (que su relación con Keaton no sobreviviera al rodaje fue para todos lógico). 

Y fue, embebido con ese mito, como Beatty decidió que lo mejor era explicarle al equipo cómo veía el comunismo él. Y fue ahí que aquel hombre que pontificaba desde las alturas tuvo que despertar a la realidad pues, fascinados por las ideas de revolución que él les predicaba, decidieron emprender una huelga que amenazó con cancelar el proyecto 

¿La razón? Un descontento por la poca paga que recibían, porque cómo era posible que ganaran tan poco mientras que esas estrellas vivían enriqueciéndose de su trabajo.  

¿La solución? Aumentar el salario de ellos. 

Y sí, Rojos triunfó, no sólo en taquilla, sino ante la Academia: le dio a Beatty su tan anhelado Óscar a mejor director (aunque la cinta fue apaleada en los Óscar por Carros de Fuego, olvidable cinta que sólo trascendió por su música) y llevó a las masas una parte esencial de la historia que, si bien es edulcorada, trasciende los sentimentalismos requeridos por Hollywood para entregar un testimonio sobre lo que ocurre cuando la gente toma el poder de su destino, de su lucha, y asume las consecuencias. 

Con todo lo bueno, con todo lo malo, pero con el corazón y la visión bien puesta, congruente en ideología, ahí está Warren documentándolo. 

Un verdadero clásico del cine y de la industria. 

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